Me había propuesto escribir estas líneas más tarde, cuando el esperado “cara a cara” entre Rubalcaba y Rajoy ya hubiera finalizado. Así tendría a mi disposición elementos de juicio suficientes para verter una opinión acerca del vencedor. Pero lo he pensado mejor. Esta convocatoria electoral es tan atípica que me ha parecido más acertado centrarme en el predebate.
El sistema electoral español propicia el bipartidismo con formaciones satélites minoritarias y con una fuerte implantación nacionalista en la periferia que aspira a disfrutar de representación a escala estatal. No entro ahora a discernir si este modelo es o no el más adecuado para lograr una democracia avanzada y realmente representativa.
Sólo digo que el bipartidismo deja su impronta incluso en los formatos de los debates de mayor repercusión mediática. Es como si nos dijeran que tenemos que elegir entre papá y mamá. Claro que los convocados a las urnas el próximo día veinte ya no somos unos niños. ¿O sí lo somos y no queremos reconocerlo?
Mamá nos dice que nunca abandonó sus señas de identidad socialdemócratas, pero en su descargo alega que tuvo que apartarlas de su práctica política porque se vino encima una crisis internacional que nadie esperaba. Papá, por su parte, nos dice que mamá es la única culpable de nuestro desasosiego y que, por contra, él posee la fórmula secreta para poner orden en la familia y que el desastre no se vuelva a repetir. La cuestión es: ¿quién de los dos miente menos?
Los datos objetivos dejan en mal lugar a papá y a mamá. Porque la burbuja inmobiliaria la creó la ideología económica ultraliberal que en España se infiltró en el Gobierno de la mano del PP. Y cuando el PSOE gana las elecciones de 2004 y revalida su mayoría en 2008 no hace lo posible por advertirnos que esa senda de crecimiento es falsa por insostenible, sino que se aprovecha de ella. Así las cosas, una conclusión se impone: la familia está echa unos zorros porque los dos, papá y mamá, se equivocaron gravemente. Suele pasar.
Los antecedentes inmediatos de las ejecutorias de uno y otro no invitan precisamente al optimismo. Yerra crasamente Rajoy cuando hace alusión al nivel de prosperidad del que disfrutaba el país mientras él formaba parte de un Gobierno que liberalizó el suelo y que convirtió el ladrillo en la única –y volátil- fuente de riqueza. Por su parte, Rubalcaba también se halla preso de unas políticas desacertadas y sus intentos de desmarcarse de ellas llegan tarde, mal explicados y peor entendidos.
Lo confieso: el debate no va a trastocar el sentido de mi voto. Ahora bien, siento un creciente malestar a medida que se aproxima el 20-N debido a que nos dan a elegir entre dos opciones políticas sobrepasadas de largo por la envergadura de los acontecimientos. Papá y mamá no hicieron sus deberes y somos los demás miembros de la familia los que pagamos las consecuencias de su irresponsabilidad. Es lo que hay. Se llama España.
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