Frase lapidaria que escuchamos en ocasiones y que recientemente pronunció el señor Guardiola, a estas alturas ex entrenador del F.C. Barcelona, a propósito de ser preguntado sobre su opinión de la pitada que presuntamente antes del partido de la final de la Copa del Rey, las hinchadas del Athletic de Bilbao y del Barcelona le propinarían a los miembros de la Casa Real que presidirían el partido.
Sin duda que la razón nos llevaría a subrayar el sentido de la frase en cuestión, mas tendríamos que analizar por qué la ciudadanía se muestra tan expresiva manifestando su rechazo a algunas leyes y ordenamientos que legalmente los parlamentos aprueban. La primera y posiblemente la única gran cualidad que debe adornar a un Parlamento es la sinceridad.
Conducirse con la verdad, sin dobleces ni engaños permitiría al personal fiarse de la actividad parlamentaria y de esta forma confiar en que mediante el juego electoral se pudieran dirimir los desencuentros entre la ciudadanía, con respecto a la búsqueda de las mejores soluciones a los peores problemas.
Pero, he aquí, que quienes piden el voto utilizando para ello la persuasión de la venta del programa electoral, con slogans rimbombantes, se olvidan de las promesas electorales nada más alcanzar el poder deseado. Es entonces cuando a la ciudadanía, sobre todo la que les votó, se le queda la cara de “gilipollas” y comienzan a inquietarse con una indignación que les produce mucha desazón. Y en este estado casi extremo se impacientan y no ven llegar el día de la siguiente cita electoral.
Y se desesperan porque son muchos años los que transcurren y sobre todo los más viejos del lugar saben que “dará igual que igual dará salga Pedro o salga Juan”. En definitiva, se llega a la conclusión de que las leyes, que los parlamentos hacen a espaldas de sus viles promesas electorales, tampoco serán esas que se prometieron, sino otras que sin duda tendrán la virtud de resolver problemas de quienes más tienen y menos dan.
Algunos llegan un poco más lejos y comprenden que esto de las leyes y parlamentos es al fin y al cabo el invento de una burguesía que siempre ha pretendido vivir del pueblo. Sí del pueblo, incluso de aquellos pro-hombres o pro-mujeres (no suena igual) que a pesar de ser en esencia multi-currantes, super-trabajadores sobre-explotados, auto-sobre-explotados, pretender tener un status y recibir la consideración por parte de los poderosos.
Estos “triunfadores” cumplen con la gran tarea de legitimar las injustas desigualdades que los burgueses, los poderosos necesitan que sean creídas y asumidas como naturales por los pueblos. No podemos extrañarnos, pues, de que muchos pretendan, mediante la manifestación, la exteriorización de su digna ira, cambiar las leyes fuera del Parlamento. O, mejor aún, pasar de las leyes injustas por mentirosas de los parlamentos. Si estuviera en manos del pueblo remover y penalizar a quienes les mienten, otro gallo cantaría.