Érase una vez que érase o no se era lo que era y lo que no era, o como quiere que aquello fuera, un grupo de ratones que andaban muy, pero que muy, preocupados porque no podían vivir con un simple trozo de queso y con alguna galleta extra de vez en cuando, como todo el resto de los mortales roedores. Pero siempre, hay listos, y así, para salir de aquellas penurias, dieron en idear un sistema con el que confiaban, de largo, en acumular, sin riesgos y sin obligación alguna de dar cuenta por su acciones al resto de ratones y que éstos, pudieran seguir comiendo, al menos, aunque fuera su queso y sus galletas. Así, desde sus centros de poder aquellos ratones ‘espabilaos’ y ventajistas (más listos, por cierto, que los ratones ‘coloraos’, que para algo eran azules), pagaban con dinero público contratos a una trama de empresas afines a precios mucho más elevados de lo que en realidad requería el servicio o la obra prestados, o bien, adjudicaban obras a otras empresas de ratones amigos que, generosamente y sin pesar, claro está, y muy agradecidos, con posterioridad, devolvían grandes cantidades, sin declarar, al grupo del resto de ratones amigos. Así, ocurría que contribuían con generosidad al grupo que los estaba haciendo ricos y el grupo, a su vez, se repartía sobres con dinero no declarado y esquilmado al común de la comunidad ratonil (aunque esto, qué más da, ¿verdad?) Y así, los roedores privilegiados podían vivir estupendamente (tan ricamente, en sentido literal), mientras pedían sacrificios al resto, en tiempos en que hasta el queso y las galletas empezaban a serle negados al pueblo, en el mejor de los casos, porque en el peor, se instauraban nuevas tasas y precios abusivos, por aquello que para la gente constituía pura necesidad. Así, las cosas, ahora se entendía, porque el que estaba triste y azul, como cantara Roberto Carlos (el de las baladas, no aquel que sacaba las faltas directas en el Real Madrid, bajo aquella acertada premisa de que la potencia sin control no tiene sentido), era el gato, y no los ratones. Bueno, nos referimos a los ratones ‘espabilaos’ del cuento, que estos, de todas formas, estaban azules, pero porque ya venían así de casa. Sin embargo, lo peor, pero lo peor de lo peor de todo esto, residía en que el pueblo (el ratonero, que no haya malas interpretaciones) seguía conforme con sus migajas y no incendió nunca las cloacas. Y colorín colorado, esto puede ser un cuento. O no. Eso, allá cada uno.