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Viernes 15/11/2024
 
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Los políticos y el bien común

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Hace cuatro años tuve el honor de prologar la obra del Rvdo. D. Antonio Ruiz titulada El bien común en la filosofía y en la doctrina pontificia. D. Antonio es un escritor prolífico, de gran capacidad creativa, y en esta ocasión abordaba un tema de gran calado. En su forma más absoluta, el bien común es el Sumo Bien. En la pragmática puede definirse, según criterio del autor, como “el orden justo para la felicidad natural de una comunidad de personas”. Santo Tomás de Aquino, en su Suma Teológica dice que “la ley no es más que una prescripción de la razón en orden al bien común, promulgada por aquél que tiene el cuidado de la comunidad”, subrayando así la obligada legitimidad de las leyes. Y en la renombrada De Rerum Novarum de León XIII, se hace una insistente alusión al bien común como la razón suprema y origen de la sociedad humana, objetivo obligado del que ejerce el poder y al que asimismo deben contribuir todos los ciudadanos.


El bien común es expansivo y lógicamente ha de extenderse al máximo  de individuos. Pero es algo más que la agregación del bien de cada uno de los integrantes del conglomerado social, porque es de orden superior. Se trata de un bien objetivo, connatural a todo humano, que atiende a su vertiente corporal y espiritual, redunda en provecho de todos por igual, compromete al Estado y obliga al ciudadano a su observancia. Entre sus componentes figuran la paz, el bienestar y la participación equilibrada en los bienes culturales. Finalmente, el bien común es la antítesis del relativismo subjetivista, aquél que pregona, como lo hizo J. L. Rodríguez Zapatero, que “la libertad os hará verdaderos”.


Si la paz es parte integrante del bien común, yo me pregunto, acaso algo candorosamente: ¿cómo puede resultar lícita la guerra? ¿En el caso de Siria, el sangriento conflicto entre Bashar al Assad y los rebeldes puede ser interferido y quizá exacerbado por el Nóbel de la Paz Barack Obama, a cuenta del uso de armas químicas por el bando gubernamental? El Papa Francisco ha hablado ya al respecto pidiendo diálogo, medidas diplomáticas y no más muertes.


Nuestros políticos, por desgracia, olvidan con facilidad los postulados del bien común. Un mal muy extendido en los partidos es la opción del amiguismo, que tiene por consecuencia que ocupen puestos de privilegio personas de una notable ineptitud. Se quiebra la justicia y el mérito es desplazado por el enchufe descarado. La corrupción, de la que tenemos múltiples ejemplos en la historia de nuestra aún joven democracia, y hechos recientes tan llamativos como los ERE fraudulentos en Andalucía y el caso Bárcenas, representa una infracción clara de los postulados del bien común, puesto que posibilita el medro de unos pocos en detrimento de la sociedad en general. Una muestra más desprecio por el bien común es la incapacidad de unos y otros partidos para concordar en temas tan vitales como la enseñanza, los pensionistas, la reforma laboral o la política exterior. Los esfuerzos resultarán estériles, porque con los cambios de gobierno habrá siempre anulación de legislaciones útiles por el sencillo motivo de haber sido fruto certero del anterior equipo ya en derrota.


Y así nos luce el pelo.

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