Lo peor de la congoja que producen Bárcenas, los EREs, las cuentas de los Pujol en Suiza, los sobresueldos consentidos y el espectáculo de unos energúmenos apedreando la seria porcelana de la jueza Alaya; o el hartazgo que se advierte frente al millón largo de políticos de medio pelo que todo lo fían a un mañana que sólo vislumbran ellos; o el cansancio que provocan las noticias cuando abren con el jefe de la patronal que se levantó la pasta de los empresarios honestos y cierran con el prenda sindical que se comió crudo el hígado de sus compañeros de tajo, por no hablar de aquel juez, el tal Dívar, haz memoria, que se pulió en viajes y cenitas para dos —legales para más inri— gabelas propias del Gran Capitán… Lo peor, diré al fin, es que entre los de aquí y los de allá han conseguido que ya todo nos dé igual y que nuestros hijos dormiten ajenos a cualquier cosa que no se toque, fume o beba.
La juventud no levanta trincheras con los adoquines del 68. Muy al contrario, exterioriza sus cabreos siderales amarrada al botellón de la Sevillana: Papi, diez bambis o le meto fuego a la casa: Abuela, cómprame un móvil nuevo. La hemos jodido. Y bien. Si alguien tiene dudas que mire a la patulea que nos gobierna y comprenderá que de ésta ni salimos ni nos sacan.
Es cierto que el pesimismo es la peor enfermedad que pueden padecer los pueblos. Sin embargo, el panorama es tal y el desgobierno ha llegado a niveles tan bajos que uno siente vértigo y unas ganas locas de pillar el carrito de Cañamero & Gordillo para plantarse ante donde coño viva don Emilio Botín y decirle algo, lo que sea, pues no ha tenido ocurrencia mejor el hombrito de Dios que anunciar que a España está llegando dinero de todas partes, que vivimos un momento fantásssstico, vamos que no sabemos ya qué hacer con tantos leuros como nos llueven de tantos inversores extranjeros como recalan al socaire de un Gobierno débil y unos sueldos más débiles aún. Es lo que tiene la corbatilla roja de quien se sabe por encima de todo y de todos.
¿Cómo puede alguien decir que esto va bien y volver a la milonga de los brotes verdes y demás monsergas cuando los subyacentes, querido Emilio, los subyacentes, indican que los males de la economía española están tan enquistados como sólo es posible estarlo en un país con seis millones de parados, una presión fiscal insoportable, los más preparados huyendo y una deuda pública de un billón de euros? La pasta que mendigan los pequeños y medianos empresarios para mantener abierto el negocio, os la gastáis vosotros, los dueños del FMI, en comprar deuda soberana con un interés tan alto que ya hasta Francisco clama. Deuda que tendrán que pagar nuestros bisnietos a los vuestros, ni que decir tiene.
Descendiendo de las alturas de la macroeconomía y observando la madeja de la política local no queda otra que decir que no es que nos gobierne Fernando VII, es que de espaldillas al personal y a lo tonto, a lo tonto, estos juanillos viven cual vivían los camarlengos de los Borgia: pendientes sólo de arrancar la hoja del almanaque y poner el cazo a la espera de que llegue otro fin de mes: humo: jetas de hormigón armado. Así nos va.
¿Qué han hecho, qué aportan, que logros presentan después de casi tres años de palabrería hueca? Más parados, más pobres a causa de sus excesos en el cobro de impuestos, más miseria y media calle de la Bola en quiebra… Fantástica que está la cosa, Emilio.
Tres millones y medio de andaluces viven en la pobreza o en el filo. La concejala de la cosa socioeclesial se quiere currar una cocina municipal para dar comida a los que no pueden permitirse los mínimos de respirar: a falta de justicia social, racionamiento y piedades con olor franquista. Y los colegios infectados. Y el autobús de las caridades universitarias que se va al garete. Y las multas llueven en el aparcamiento del cuartel de la Concepción, donde, recuerda, jamás se iba a cobrar.
El estado de bienestar se hunde, pero Goebbels no calla. La ciudad a pique de un repique y éstos, ya ves, pendientes del calendario. Yo también os quiero.