Pero todos todos, amantes del fútbol. Sin ésto, no existirían la conversaciones de bar
-"Venga que hoy hay que ganar", me decía Luís mientras me ponía una cerveza. Yo, aún con los ojos cerrados me senté y me acerqué a la barra. Y me llevé el vaso a la boca. Que ya no es ni para saborear la espuma en su justa medida. No. Si no para volver a sentir a tu equipo de fútbol un domingo por la mañana en tu bar de toda la vida. En el que tiene cabida la multiculturalidad futbolística. Aficionado de todos los colores, de todos los escudos. Pero todos todos, amantes del fútbol. Sin ésto, no existirían la conversaciones de bar. -"¿Y con este equipo queréis subir para el año que viene?", se reía un bético a la postre de la incapacidad recreativista de activar el resultado ante un Hércules con diez jugadores en el campo. -"Tranquilo, que el año que viene nos vemos otra vez", replicaba el de la esquina, el de siempre, mientras con la mirada pedía que le rellenasen de vino el vaso. -"¿Otra vez nadie se ha llevado la porra?". -"Bote, y ya van 21 jornadas". - "Yo voto repartirnos entre los del equipo e irnos de cachondeo". - "Hablando del equipo, no podemos jugar al futbito. Vengo de las pistas y no hay huecos para la semana que viene", comentaba un recién llegado que aún se quitaba las gotas de agua. - "Pero, ¿ahora llegas tú?, si ya vamos por el descanso". - "A mi dejarme, que hoy soy sevillista. Esta noche mi Madrid duerme líder. Y mañana, cuando venga `el bombero´ a ver qué excusa se inventa esta vez, porque los catalanes ya no tienen a qué agarrarse". Mientras, el Recre encarrilaba el partido con dos tantos en menos de un suspiro, y el interior del Bar Leyton se transformaba en una réplica de la grada de animación. "Otra vez en primera van a ver a papá", se escuchaba por encima de la lluvía que caía sobre el barrio de La Orden. Otra victoria más que se auguraba entre botellines, aceitunas, y espinacas con garbanzos. Tres puntos de oro que le venían a los de Sergi Barjuan de perlas para encarar la clasificación de otra forma distinta a la de meses atrás. No sin antes de los sufridos minutos finales en los que se pudo escapar la sonrisa de un buen rato entre la gente del barrio. Dos horas de conversaciones de bar. Las de siempre. Las más sabias. Las de toda la vida.