La OCDE acaba de publicar un informe donde se advierte que el porcentaje de población más rica ha acaparado una parte desproporcionada del crecimiento de los ingresos en las tres últimas décadas. Este informe ha tomado como referencia los datos proporcionados por el economista francés Thomas Piketty que, recientemente, ha publicado una obra, titulada “El Capital en el siglo XXI”, sobre la evolución de la desigualdad de las rentas y la necesidad de adoptar medidas para corregir una tendencia que considera inherente al capitalismo, entre ellas la aplicación de una fiscalidad progresiva como medio de limitar la concentración de la riqueza. Este estudio ha generado, como no podía ser de otra forma , un gran debate en el seno de las corrientes ideológicas, ya que, mientras economistas como Paul Krugman, profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de economía 2008, las aplaude sin reservas, el Instituto Estadounidense de la Empresa advierte que estas teorías deben ser rebatidas por considerarlas muy cercanas al marxismo, porque en, buena lógica, el incremento de las rentas de las clases altas es la justa recompensa por su iniciativa empresarial e inversora.
En realidad a nadie se le oculta que uno de los aspectos que contribuyen a distorsionar la libre competencia está determinado por la concentración de poder que un conglomerado de empresas puede utilizar para fijar precios o alterar la leal actividad comercial aunque, desde que se publicó la ley “Sherman Antitrust Act”, la lucha contra estos núcleos empresariales de poder ha logrado éxitos espectaculares.
Desde otros ámbitos, tratando de dar respuesta a los planteamientos del Sr. Piketty , se formulan algunas cuestiones en torno a cuáles son las consecuencias reales que se derivan de una desigual dad al alza, si se deben, efectivamente , adoptar medidas reales para reducir ésas diferencias, si la adopción de esas medidas pueden desincentivar la actividad económica individual y si, en definitiva éste es el modelo ideal de crecimiento.
Por lo que a mí respecta, coincido con la opinión del Sr. Garrigues Walker, que en uno de sus últimos artículos expresa: ”hay que reiterar, una vez más, que al capitalismo le pasa igual que al sistema democrático: que no es el sistema perfecto, pero sí el menos malo, siempre y cuando se apliquen con rigor sus principio básicos. Sin justicia fiscal auténtica, sin igualdad real de oportunidades, sin libertad natural para todas las iniciativas y sin ambiciones ni valores morales, el capitalismo se convierte automáticamente en un sistema perverso y radicalmente injusto.
Por otro lado habrá que atender a las recomendaciones que el Papa Francisco ha efectuado recientemente sobre este tema “Con independencia de cualquier diferencia de credo o de ideología política se deben aplicar un ideal de fraternidad y solidaridad especialmente con los más desfavorecidos. La equidad debe ser para todos y los estados deben procurar la legítima redistribución de los beneficios económicos”.