Basta dar un paseo por nuestras ciudades para comprobar que mientras muchos comercios tradicionales se están viendo obligados a cerrar a causa de la crisis, paralelamente estamos observando que algunos de ésos mismos locales son ocupados por tiendas que venden productos chinos.
Actualmente en España, según la Asociación de Comerciantes Chinos, existen 15.000 empresas pequeñas, más de 4.000 restaurantes, 3.500 tiendas de “todo a 1 euro”, 2000 de ultramarinos 1.000 de mayoristas y una larga lista cuyo detalle no está especificado.
Huelga decir que en el sistema de economía de libre mercado la competencia se erige como un factor fundamental e imprescindible para regular los precios y que es precisamente ése componente el que nos preserva de la tiranía que pueden imponer los monopolios, como es el caso de las petroleras y compañías eléctricas.
Es verdad que nuestra meta como consumidores es conseguir la mejor relación calidad precio, pero en coyunturas como las que estamos atravesando, no es raro que prime el precio sobre la calidad y de ahí el éxito de la proliferación de ese tipo de tiendas.
Sin embargo no podemos obviar los efectos de los flujos de la actividad comercial, tanto minorista como mayorista, ya que no es sólo la defensa del beneficio de la empresa o del comerciante sino las derivaciones que se producen relativas al empleo, al efecto multiplicador de los beneficios y a los niveles recaudatorios de todo tipo.
El profesor de Economía D. Julián Pavón, ha explicado recientemente el proceso comercial chino al que denomina “Modelo Parasitario de Expansión Económica de China”, cuyo mecanismo esencial consiste en crear empresas chinas, que emplean a personal chino, para vender productos chinos, fabricados por chinos en China. Los ingresos procedentes de estas ventas son ingresados en bancos chinos facilitando el aumento de sus divisas cuyo montante actual asciende a tres billones de dólares. Con éste dinero China puede comprar el mundo; de hecho está comprando las empresas estratégicas de materias primas y minerales de África y América Latina, como, así mismo, grandes extensiones de terrenos cultivables, sobre todo en el área subsahariana africana, para asegurar el sustento de su población y dominar, en su momento, los mercados, y está claro que, por esta vía, está consiguiendo controlar la economía mundial.
Resulta, por tanto, imprescindible que, sobre todo en momentos coyunturalmente difíciles, aun respetando la libertad de mercado sin discriminación de origen, primen en nuestras decisiones de compra la necesidad de inclinarse por productos fabricados en nuestro país para contribuir a superar esta crisis y facilitar la creación de empleo.