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Jueves 14/11/2024
 
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Ucrania

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La gastroenteritis es a las mariposas en el estómago lo que dos planes quinquenales soviéticos a la década prodigiosa. Sin embargo, hay quien prefiere el ardor al enamoramiento y la plaza roja a la estatua de la libertad, como hay quien prefiere la disciplina militar a saltar en los charcos. En el fondo, lo que se libra en el Este de Ucrania es un pulso entre los partidarios de una ensoñación, el retorno a la madre Rusia en calidad de hijos pródigos, y los defensores de una quimera, la acogida cariñosa de Europa al que aporrea la puerta con desesperación.


Si el alto el fuego recién firmado ante notario franco-alemán tiene los días contados es porque no se trata de delimitar las lindes de la geografía, sino de la historia. En otras palabras, no es posible acotar el halo romántico que el Primero de mayo tiene para unos ni la temperatura suave que la Primavera de Praga aporta a otros. Eso lo sabe bien Putin, quien, al firmar, actúa como esos carrileros taimados que, tras darle un codazo al rival, se deja caer cuando ve venir al árbitro para evitar la roja directa y ganar tiempo.


Huelga decir que el árbitro no tiene ninguna intención de meterse en líos. De hecho, Estados Unidos amenaza a Rusia al modo en que mi madre, después de una trastada, me amenazaba con la zapatilla: desde lejos y con desgana. Todos los hijos saben que la zapatilla es un arma escasamente disuasoria. Otra cosa es la correa del padre, que Obama no está dispuesta a blandir siquiera como potencial amenaza al expansionismo ruso.  De hecho, Putin tiene el camino hacia Polonia tan expedito que raro será que no reedite el pacto de Varsovia.


Merkel sería una buena consejera delegada de multinacional, una gerente dura de BMW, si quieres, pero no parece tener cualidades para la marrullería. Y muchos menos para maniobrar en las alambradas. No es Margaret Thatcher, vamos. Y Hollande, desde luego, no es Churchill. De ahí el acuerdo inútil al que ambos han llegado con Vladimir para que Rusia deje de crecer a costa de Ucrania. La lógica establece que para que haya acuerdo entre un oso panda y uno polar el primero debe abandonar sus pretensiones sobre el bambú.

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