Esta película, coproducción estonio-georgiana -que nos llega con dos años de retraso, pues está fechada en 2013- está escrita y dirigida por el georgiano Zaza Urushadze, de la cosecha del 65. Con una buena fotografía de Rein Kotov y una preciosa banda sonora de Niaz Diasamidze, estuvo nominada en su momento a los premios Satellite Awards, Globos de Oro y Oscar. La preceden críticas espléndidas.
Su acción se sitúa en una zona rural georgiana, en los años 90. Ante el estallido de la guerra entre las antiguos países de la extinta Unión Soviética, un estonio decide quedarse en su casa para ayudar a un amigo con su cosecha de mandarinas. Aunque hay otra razón…
Ambos hombres son los únicos habitantes de un extenso territorio en el que, también y a pesar de todo, la guerra les alcanza. Y lo hace poniendo en el camino del primero a dos encarnizados enemigos, que resultan gravemente heridos junto a su casa, a los que no puede abandonar.
A partir de ahí, se desarrolla una historia tan intimista como política. Una historia singular y profundamente antibelicista. Una historia tan aparentemente alejada del frente de batalla como cercana a la devastación provocada por la guerra. Una historia protagonizada por cuatro hombres unidos por el agradecimiento a uno de ellos, por la camaradería y por la solidaridad entre dos y por diferencias solo aparentemente insalvables que conducen a los otros a estar en ambos lados de la trinchera. Una historia con un personaje central profundamente digno, conmovedor y consecuente.
Una historia muy bien filmada, narrada, fotografiada e interpretada. Una historia solo aparentemente sencilla y enormemente compleja. Una historia llena de detalles, de miradas, de silencios, de actitudes y de gestos que lo dicen todo. Una historia que cuestiona con humor también el desatino de unas enemistades peligrosas y sin fundamento. Una historia que apuesta por la solidaridad y los valores frente a la crueldad feroz y absurda de un conflicto que enfrenta a países otrora hermanos, a gentes otrora compatriotas. A religiones otrora en convivencia pacífica.
Y una historia que no elude, pese a sus ternura y humor, a su emoción tan cercana y accesible, las aristas más duras. Eso la hace aún más valiosa y aún más creíble. Una historia, cargada de Historia, de verdad, de vida y de devastación de un paisaje y un paisanaje geográficos y morales. Una historia y una película que no utiliza animales, pese a desarrollarse en un medio rural. Una historia y una película que debatiremos el miércoles, 3 de junio, en nuestra tertulia de cine, ‘La Palabra y la Imagen’. Una historia que quien esto suscribe les recomienda encarecidamente y les invita a no perderse bajo ningún concepto.