Las alfombras rojas se han convertido últimamente en pasajes del terror que levantan el vello a fuerza de sustos. Cada estreno cinematográfico o gala de premios se espera con la impaciencia con que se aguardaban en los pueblos las caravanas del circo, que traían animales extraños, mujeres barbudas y hombres elefante, ejerciendo esa inefable atracción de lo feo y deforme. Porque, no nos engañemos, lo raro atrae, lo diferente emboba, lo extraño desarma nuestras convicciones.
La otrora angelical Meg Ryan ha sido engullida por un muñeco de cera inexpresivo; así la vimos en su última aparición pública. Igual de pasmados quedamos con ese ninot de las Fallas en que quedó convertida Renée Zellweger nada más salir del quirófano. Y es que los actores y actrices se empeñan en detener el paso del tiempo con barreras de silicona, se obstinan en aparentar aquello que dejaron de ser hace años. Iconos sexuales que, como Ícaro, de tanto acercarse al sol del bisturí derriten su atracción y se precipitan desde el cielo del deseo hasta dar con el duro suelo de la deformidad, tal y como le sucedió al atractivo Mickey Rourke. Es la búsqueda de la belleza a través de la mentira, esa que cuando se halla resulta tan artificial como las hiedras siempre verdes que decoran las vitrinas del pescado en restaurantes para guiris, tan vacua como las fachadas de los decorados western en el desierto de Almería, tan inexpresiva como la voz femenina de los surtidores de gasolina, tan ridícula como el vals de los novios en una boda.
En esta novelería de la auto-deformación para engañarse, y engañar, participan no solo las celebrities hollywoodienses, sino también algunos partidos políticos de este país. Y es que la alfombra roja política -las elecciones- se ha desplegado ya en dos ocasiones durante este año, restando aún la ceremonia más importante, la gala más in, donde todos ansían escuchar su nombre tras el and the winner is, las elecciones generales. Todos, en mayor o menor medida, adaptan su apariencia externa para el posado en esa alfombra roja, la que lleva a La Moncloa.
Algunas formaciones andan metidas ya en el quirófano del marketing político para esa cita, pretenden ocultar su auténtico rostro tras una nueva identidad que embelese al electorado de aquí a poco más de cuatro meses. Confían ciegamente en sus cirujanos plásticos, los gurús del marketing político, y descuidan otros aspectos que favorecen una apariencia más saludable y una atracción más natural. La alimentación sana y el cultivo de la inteligencia son inversiones en belleza a largo plazo despreciadas por quienes exigen resultados inmediatos y evidentes; prefieren el burdo bisturí ante la inminencia de la alfombra roja aunque el resultado sea una caricatura o una tosca máscara con que mostrarse ante las miradas como una apuesta novedosa bajo la cual siguen existiendo las arrugas y la caspa. Optan, como los capos que evitaban ser reconocidos por las mafias enemigas, por esconder las facciones con que han castigado y causado dolor a otros para presentarse ahora como sus amigos, como sus bienhechores. Más que estética, es una operación rastrera.
El PP es nuestra Meg Ryan con charrán. Con el miedo a la alfombra roja de las generales mordiéndole los talones, se miró al espejo -europeas, municipales y autonómicas- y se vio de repente las arrugas del rechazo ciudadano y las manchas que provoca gobernar injustamente para la mayoría. Se asustó de tal modo que, en lugar de optar por una alimentación ideológica equilibrada, el cultivo de la inteligencia política y el ejercicio de andar entre la gente de la calle, se confió a las manos de los cirujanos del marketing y la imagen para cambiar absolutamente su aspecto de un día para otro. La cirugía comenzó con la extirpación de ministros y el injerto de nuevos cargos en el partido, y acaba de concluir con una convención política basada en la renovación de ideas -por favor, repasen los ponentes, entre ellos Arenas y Aguirre-. Al retirar las vendas, oh sorpresa, todo ha quedado en un nuevo logotipo tan ajeno al PP que causa rechazo.
En política, como en el star system, lo único que el bisturí consigue es evidenciar la falsedad y la caducidad.