Acción y efecto de disparar
Admiro a quien sabe apostar. Mis palabras son la única bala que hay en esta ruleta rusa, y tú apuntas a toda la ciudad con una de las armas más poderosas sobre la faz de la Tierra.
Primer disparo: las bases electrónicas y los drugdealers perforan una realidad fácilmente manejable con paso firme, con tan solo paso firme. Si quieres avanzar, tendrás que hacerlo con los zapatos propios, con las vestimentas propias, pues tu apariencia va a darte el camino hecho hacia una sonrisa recalentada y hacia una cama descongelada.
Segundo disparo: la desmitificación del adorno como forma vacía de expresión artístico-personal. Lo mero no es vacío. Verbigracia: una galaxia sobre las cabezas, el roce dorado de las órbitas en derredor y nuestros labios llenándose de planetas porque necesitamos saciar esta sed. Esta sed no se puede apagar, así que la quemamos. Quemamos el pasado y lo que piensa el resto. El resto son los rescoldos, el humo, la ceniza sobre nuestros hombros.
Tercer disparo: la cremación de los ojos como cadáveres ajenos o incluso propios. Cuando digo cremar, me refiero a arrancar, obliterar, romper. No van a dejar que rompamos nada hasta que no rompamos nosotros algo antes. Cuando digo cadáveres, digo tradiciones, intolerancias, habladurías. No van a dejar que hablemos hasta que no hablemos nosotros antes que ellos.
Último disparo: alejarte de lo que los demás quieren de ti no te acerca más a ti mismo, pero es un primer paso. Tac, tac, tac, tac. Son mis pasos esto que escuchas.
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