La campaña de las elecciones generales, mal duradero donde los haya, enfilaba el viernes desembocadura nauseabunda por las cloacas policiales del opusino Fernández Díaz, atrapada en la certera sentencia del brexit en aras de la desmembración de la Europa unida. Alarma previsible en los mercados. Caída de la bolsa. Subida simulada en las apuestas de la independencia de Catalunya. España no se ha roto aún, de milagro. El efecto perverso del referendo británico que pondría fin a la pertenencia del Reino Unido a la UE, de la noche a la mañana, sumía de golpe a todos los actores de la escena política española en la desnuda verdad de su propia insignificancia. La estabilidad económica lo resume todo. Como le ocurrió a Zapatero, meses después de volver a ganar, cuando la troika le leyó la cartilla con la severidad que requería el momento, y lo dejó mudito para siempre. Como se la han leído a Rajoy, estos últimos cuatro años y medio, en repetidas ocasiones hasta dejarlo, en términos de subordinación, más suave que un guante. Como nos la leen a nosotros, recortándonos derechos civiles, cada vez que sacamos un poco los pies del plato. Sin embargo, el principio de autoridad de Bruselas en la política presupuestaria y financiera de sus miembros, omnímodo hasta el brexit, se resquebrajaba al decidir el cuarto contribuyente neto, nada menos que la Gran Bretaña, cortar por lo sano su vinculación grupal con los 27 socios restantes. El proceso hacia la unidad política activado a partir del Tratado de Maastricht, la pérdida de soberanía nacional, además de la pasta no reembolsable que aporta la pérfida Albion al presupuesto de la UE, justificaron el brexit de los euroescépticos. La constatación fehaciente de que hasta el Titanic puede acabar hundiéndose era un elemento añadido para que los españoles, ayer, votásemos en términos económicos y de españolidad, pero el dato de participación a las 6 de la tarde, el más bajo en la historia democrática española, nos resituaba en una preocupación razonable después de casi un año ininterrumpido de campaña de elecciones generales: el hartazgo ciudadano, que haberlo haylo.
Ganó el PP, sorprendiendo a todos, en número de votos y escaños, creciendo medio millón de votos a costa del electorado más preocupado por la suerte del euro de los otros dos partidos constitucionalistas, PSOE y C’s, que algo tendrán que decir ahora en pos de la gobernabilidad. Pedro Sánchez y Albert Rivera, juntitos y de la mano, perdieron al no ver recompensado su empeño por liderar infructuosamente el único intento constitucional de formar gobierno en la efímera undécima legislatura. Pedro Sánchez solo perdió 5 diputados al Congreso, cuando el PSOE de Andalucía dejó de ser la fuerza más votada en la región. Tendrá que mirárselo Susana antes de plantearse siquiera su irrupción en la política estatal. Fracasó el sorpasso: perdió Unidos Podemos, que no avanzó ni un solo escaño en su alianza con IU. Aquí, en Jaén, ganaron todos como cabía prever: el PSOE, al mantenerse como primera fuerza; el PP, el valor estadístico para los anales del empate a 2, cuando el tiempo diluye la distancia entre primero y segundo; y UP, rompiendo el tradicional bipartidismo en el reparto de escaños por esta provincia, como auguraba el conjunto de las encuestas publicadas.
Cañamero ya es diputado por Jaén. Ahí queda eso. De Moya, que pasó, aseada y profesionalmente, el envite de la campaña, sin que el affaire de la permuta de Contreras le salpicara, aguarda la gloria reservada a la secretaría de Estado prometida, por más que él se empeñe en reiterar que sus anhelos se ven plenamente satisfechos con la portavocía parlamentaria en Hacienda y Presupuestos. En efecto, lo que prima ahora no es el tranvía, sino la gobernabilidad de Las Españas. La alianza constitucionalista, por activa o por pasiva, que bendeciría la Unión Europea que conocíamos antes del brexit. El ‘26-J’, en suma, ganó el dinero, el euro, el conservadurismo económico, y el miedo a extraños experimentos que alterasen al capital y nos abocaran inopinadamente, de nuevo, al pozo de la crisis. Ante la duda, el voto útil financiero se tradujo en un plus de catorce diputados a favor del PP. El PSOE de Susana cedió el testigo de la victoria regional a los populares de Moreno Bonilla, en contraste con lo sucedido en Jaén, donde el PSOE de Paco Reyes casi se mantuvo porcentualmente en el respaldo de diciembre, pero palmó diez mil votos, los mismos que creció el PP de Fernández de Moya del ‘20-D’ a esta parte.