Para sobrevivir a las grandes ciudades como Madrid, Sevilla o Barcelona, sus habitantes necesitan una escapada de cuando en cuando. En Málaga, hasta recientes aglomeraciones, solo sentíamos esa necesidad tras nuestras multitudinarias y sonadas semanas, Santa y de Feria.
En aquellas ciudades, los urbanitas precisan días para alcanzar montaña o playa y encontrar lugar para el descanso. Los malagueños estresados pueden huir para volver, en una hora. El Guadarrama, Casteldefels, Matalascañas, están increíblemente cerca para el malagueño pues a lo largo de una línea de varios kilómetros, como por arte de magia, la ciudad se deshace en un campo de arena. Estamos tan acostumbrados que no reparamos en lo sorprendente que es una playa urbana. Es verdaderamente increíble disponer de un lugar para perderse y encontrarse a tan escasos metros de la rutina diaria.
Recuerdo la reaparición de las playas de la Caleta y la Malagueta en los años noventa, tras la entrada en vigor de la ley de Costas. Entre la carretera y el agua emergió una impresionante masa gris que vino a prolongar la tierra. El vacío sobre la arena engrandecía aún más el horizonte, distanciaba los barcos. La primera línea de una playa es una singularidad. Es un espacio límite, maravillosamente asequible a todos por igual. ¿Hay algo más democrático que la playa? Es de todos y está aquí al lado, no en el cabo de Gata. Se merece algo más que rellenos de arena y camiones de limpieza.
Merece pensarse ese vacío. El espacio de las playas, como el de las plazas, no es para llenarlo de artefactos. Las plazas no son simples huecos entre casas y palacios. Las calles son para ir y venir y las plazas son para encontrarnos. En las playas debe preponderar libre la arena para poder ver el azul. Entristece este miedo al vacío con el que nuestros administradores afrontan el lugar de todos, la plaza; también el paseo de la Farola y la playa… ¡No dejan esquina sin kiosco, paseo sin mercadillo, plaza sin carpa y ahora … recodo o ensenada sin… hinchables!
Me vienen imágenes de la playa de Ondarreta en San Sebastián, El Sardinero en Santander y San Lorenzo en Gijón, son playas urbanas. En San Sebastián hay instalaciones para jugar al voley y disfrutarlo desde el paseo. En el Sardinero hay un enorme edificio de vestuarios escondido bajo un ensanche del paseo justo delante del Casino. Aun habiendo construcciones, en todas ellas campa a sus anchas, libre, la arena.
La playa es remate final de mucho paseo urbano, ¿por qué? Puede que la aglomeración y el ruido intuitivamente nos lleven hasta allí en busca de un horizonte. Sobre el cartel de “mantenga limpia nuestra playa” quizá debamos poner: ¡Mantenga el horizonte despejado!