No he leído ningún cuento de Roald Dahl, pero he visto varios en el cine. Todos comparten cierto entusiasmo por lo fantástico, naciendo de la ensoñación constante propia de un niño perdido del país de Nunca Jamás, renegado eternamente a crecer.
Solo así pueden crearse obras tales como James y el Melocotón Gigante (1996), la archiconocida Matilda (1996) o las dos versiones de Charlie y la Fábrica de Chocolate (1971 y 2005) manteniendo ese espíritu juvenil y onírico de manera perenne en el tiempo.
En Mi Amigo el Gigante (2016) parece que Steven Spielberg se contagia de esa esencia infantil, inocente y “requetefantasiosista” para crear, o mejor dicho, recrear, una obra prácticamente inédita en su filmografía, mostrando al espectador los resortes del mágico mundo de los gigantes como el que se para a relatar los detalles de un sueño reciente.
Quizás le referencia anterior al país de Peter Pan no fuese involuntaria, ya que Hook (1991) es la obra que más puede parecerse al trabajo que ahora ha realizado el rey Midas de Hollywood, aunque aquí exista un formalismo novedoso en tanto en cuento se potencian el diseño y los detalles del cuento en pos de la aventura y la cadencia narrativa.
Si Mara Wilson nos embrujó hace 20 años con su peculiar interpretación de Matilda, hoy es Ruby Barnhill la que recoge el testigo de niña encantadora y singular, empuña la varita de encandilar y nos lanza el hechizo con candidez y ternura.
Su amistad con el (no tan) gigante bonachón al que da vida Mark Rylance se encarga de canalizar la narrativa de la película a base de pasos largos y, en ocasiones, demasiado sosegados, pero tras las cámaras el maestro sigue siendo el maestro e, inevitablemente, acaba dejando su huella en cada uno de ellos.
Una película con la que Spielberg puede haber tropezado tanto a nivel de recaudación en taquilla como en sus encontronazos con la crítica, pero que ha sido construida desde la innovación autoral, de forma valiente y casi experimental, para que comprendamos que hasta los más grandes deben afrontar a veces el paso que los libere de su comodidad y los lance al descubrimiento de la novedad y la más inesperada de las hazañas, y los más pequeños disfruten como los enanos que son, haciendo gala de que ese público tan fácilmente impresionable se convierte casi por arte de magia en el recipiente ideal para albergar los sueños más laboriosamente confeccionados.
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