Y claro está, cuando alguien puede llegar y moverte la silla se le tilda de todo menos de “bonito”.
Populismo y extremismo del podemismo
Cuando arrecia la tormenta suele aconsejar la prudencia no salir de lugar seguro. La dificultad para confirmar la verdad de este aserto reside en la mayor o menor certeza sobre la seguridad de ese lugar “seguro”. Si se percibe que cambiar de lugar supone un mayor riesgo que quedarse en el que se está, mejor quedarse. Eso parece ser que se viene materializando en las recientes controversias políticas que en este país acontecen. Y todo ello simplemente porque en el panorama político ha irrumpido una nueva forma de hacer política, que está descuadrando el marco en el que el apacible lienzo de la alternancia en el poder del PP y el PSOE se ajustaba, desde hace un cuarto de siglo, 25 años más o menos.
Y claro está, cuando alguien puede llegar y moverte la silla se le tilda de todo menos de “bonito”. Dos calificativos despectivos que se repiten hasta la saciedad son: el de populista y el de extremista. Y bien mirado ser popular, si hace referencia a estar con el pueblo, más que una descalificación debería ser una alabanza. Siempre, pero más en las últimas décadas, precisamente la política se ha realizado de espaldas al pueblo. Se ha entonado una canción en la que sólo las personas inteligentes, las preparadas, saben tomar decisiones para mejorar la vida de un pueblo tonto e inhábil, incapacitado para gobernarse. Por eso debe ser siempre tutelado, por quienes saben que es lo que le conviene. Claro está, las excepcionales personalidades, como no se prodigan, deben eternizarse en la política para el bien de ese pueblo. Si a esas mentes preclaras se les demuestra que ese pueblo no sólo es capaz, sino que además debe aprender a organizarse y que eso sólo se consigue organizándose, entonces el peligro de que les dejen sin poder es cierto. En esta situación las personas “listas” y tachan de populista a la opción que afirma que el pueblo puede, que todas las personas juntas PODEMOS. Además se califica a los podemistas (gentes de podemos) de ser extremistas. Y tampoco este calificativo tiene por qué ser un achaque, ya que, como muy bien se sabe, si el centro no funciona, para el bien del pueblo (paro, eventualidad, pensiones, derechos sociales y ciudadanos amenazados,…), deben buscarse soluciones en los extremos. Ubicarse en el extremo es cuando menos necesario para encontrar nuevas formas de garantizar derechos irrenunciables.
Y curiosamente todos los partidos tradicionales tachan de extremista a PODEMOS porque, de imponerse su código ético, les impediría vivir de la política y para quienes de esto llevan viviendo años y años es un gran riesgo. Menosprecian al podemismo por la insistencia de PODEMOS en la regeneración de la propia política: Un tiempo tasado para ocupar cargos políticos, y no más, una paga, unida al salario mínimo interprofesional (nunca superior a tres veces éste), obligación de asumir acuerdos democráticamente adoptados por la ciudadanía de manera habitual y no cada 4 años. Este es el populismo y el extremismo que tanto les preocupa a los poderosos. Bien venidos sean ese populismo y extremismo podemista.
Fdo Rafael Fenoy Rico