Cuando estamos a punto de traspasar el ecuador del presente año, lamento tener que reconocer públicamenate que erré en mi optimista vaticinio –salido más del corazón que de la cabeza– que hice, en mi ámbito familiar, tras el clásico brindis con cava en la madrugada de Año Nuevo.
Ya sé que me tacharán de iluso, qué le vamos a hacer. Pero, tras la cena familiar y tomadas las doce uvas de rigor –en voz clara y alta– exclamé que el presente año sería más próspero que el que dejábamos atrás. Entiéndase dicha prosperidad, como la constatación por el común de los mortales de ciertos indicios palpables e inequívocos de que la crisis comenzaba a superarse. Así que sin alardes de sabiduría –por aquello de que rectificar es de sabios– rectificamos.
Y es que una de las premisas que –torpe de mí– olvidé fue la de tener en cuenta la capacidad y, sobre todo, la voluntad de nuestros gobernantes para salir de la crisis. Y digo, sobre todo, voluntad porque para superar colectivamente las adversidades económicas, aquellos que administran nuestros recursos –que se obtienen de nuestros cuantiosos impuestos– deberían emplear su tiempo laboral en crear iniciativas que desemboquen en fuentes de riqueza. Ojo, no para salvar sus sustanciosos sueldos, sino para reducir el desmesurado déficit público; porque contrariamente a lo manifestado por una alta mandataria del partido del Gobierno, el dinero público sí es de alguien: de todos los ciudadanos y, en absoluto debe despilfarrarse creando ministerios inocuos, subvencionando empresas de dudoso interés general o, bajando a nivel más local, gastando lo que no se tiene en un inútil tranvía.
Resulta vergonzoso ver como nuestros representantes políticos, ellas y ellos, andan muy trajeados (sólo presencia) con escasa formación académica, lanzándose insultos y descalificaciones personales mientras desoyen la voz de los cada vez menos votantes.
Así, mientras que en España vamos camino de los cinco millones de parados –veintiséis mil los aportamos desde Jerez– nuestros iluminados gobernantes siguen de brazos cruzados. Porque lo único que parece preocuparles es vender sensacionalismos: cerrar una central nuclear, por muy segura que sea y pese al incremento de más parados que supondrá; aprobar –sí o sí– las leyes más progres sobre el aborto y la eutanasia; luchar con todas las fuerzas posibles contra el puñetero cambio climático, aunque en invierno siga lloviendo y en verano tengamos calor como siempre; etc.; etc.
Y me pregunto yo: ¿ si estamos tocando fondo –como lo estamos– no sería justo que al igual que sucede con cualquier empresa que no funciona, a nuestros gobernantes –tan manifiestamente incapaces que son, para solventar los verdaderos problemas que afectan a la población– se les aplicara un ERE?
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