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No se cumplen las profecías bíblicas

Filón de Alejandría, historiador judío que vivió en el tiempo que se atribuye a Jesucristo, nada sabe del nazareno y es raro que desconociera su existencia

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Adventistas y testigos de Jehová, entre otros cultos, profetizan que Jesucristo está a punto de venir a establecer un reino milenario en la Tierra, no sin antes librar la batalla de Armagedón. Este anuncio de carácter profético vienen realizándolo desde el siglo XIX adventistas, Estudiantes de la Biblia y testigos de Jehová principalmente, aunque no vieron llegar el fin del sistema mundial tan anunciado y lo pospusieron para el futuro. A pesar de no haber acertado en su predicción, los Testigos sobre todo no se consideran falsos profetas y se disculpan afirmando que no se cumplieron sus expectativas porque la luz del entendimiento no estaba suficientemente brillante, pero que en modo alguno profetizaron en nombre de Dios, sino que solamente informaron de lo que entendían.


Los Estudiantes de la Biblia, cuyo 27% que no abandonó las filas dio origen a los testigos de Jehová en 1931, anunciaban el fin para el año 1914 en tiempos de Russell y para 1925 en tiempos de Rutherford. Este segundo presidente de la Watch Tower dejó caer además que a finales de 1941 se estaba a pocos meses del Armagedón, tal como se lee en la literatura de entonces. Knorr y Franz anunciaron específicamente el establecimiento del reino milenario para Septiembre de 1975 (aunque los Testigos actuales lo niegan porque no están informados de lo que realmente pasó y se les ha ocultado la verdad). Existen grabaciones de discursos de Franz y de otros oradores al respecto. El Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová notificaba textualmente a través de las Atalayas que el fin vendría antes de que terminase el siglo XX, por lo que la obra de predicación finalizaría. Esto también lo niegan hoy los Testigos, que no están informados de la realidad, aparte de que las Atalayas han sido modificadas en sus tomos encuadernados y en sus CD ROM.
Pasó el siglo XX y el Armagedón no vino, pero se sigue profetizando que vendrá pronto y ello a pesar de que Jesucristo recalcó, según se lee en los evangelios, que ni él mismo sabía el día y la hora. Todo el problema está en que, si se descuida el sentido de urgencia, los adeptos aflojarán el paso y terminarán saliéndose de las filas jehovistas, como ya está ocurriendo, a pesar de que el Cuerpo Gobernante de los Testigos lo desmiente y disfraza los informes anuales.


¿Por qué no se cumplen las supuestas profecías bíblicas y concretamente la de la venida de Cristo en su gloria para establecer el Paraíso en la Tierra tras la batalla de Armagedón? Sencillamente porque los evangelios no son producto del siglo I ni recogieron las palabras y los hechos de un tal Jesús de Nazareth, sino que comenzaron a ser escritos en el siglo IV por orden del emperador Constantino, quien pretendía amalgamar en una sola todas las religiones del Imperio, para lo que mandó también que se creara un personaje o dios central. Eusebio de Cesarea junto con Osio de Córdoba fueron en realidad los primeros escritores de los ‘nuevos testimonios’ que posteriormente se denominaron ‘Nuevo Testamento’.


De ahí que los más tempranos códices daten del siglo IV y no de antes, como pretenden probar los eclesiásticos por medio de copias de textos evangélicos en hojas de papiro que se hicieron pasar como productos de los siglos II y III. Jerónimo continuó la tarea casi a finales del siglo IV al rehacer y cambiar los textos de Eusebio. Jerónimo los escribió en latín, que no significa que tradujo del griego al latín cuanto había escrito Eusebio. Posteriormente la Iglesia fue añadiendo pasajes al Nuevo Testamento, según la doctrina en boga, mientras que se rehacían los códices, los cuales estaban rigurosamente controlados. Evangelios y epístolas fueron escritos, pues, por y para la Iglesia.    


Los testigos de Jehová, como todos los protestantes, creen a pies juntillas cuanto está escrito en el Nuevo Testamento y lo toman literalmente como palabra fiel de Dios. El Nuevo Testamento fue terminado de recomponer por la Iglesia a principios del siglo XV, cuando se le añadieron al evangelio de Lucas, que era el más corto, el conjunto de textos conocido como ‘la gran inserción’ (Lucas 9:51 a 18:14) y que no figuran en el Códice Sinaítico, el más antiguo, presumiblemente de antes de mediados del siglo IV. En otros posteriores sí suelen figurar dichos textos porque tales códices se rehicieron según las nuevas añadiduras, aunque hay códices que escaparon de la reelaboración y en los cuales no aparecen los textos mencionados.


Gutemberg comenzó a imprimir su Biblia de 42 líneas hacia 1452 y su ex socio Fust imprimió la Biblia completa en 1456, extraído su Nuevo Testamento de los códices que la Iglesia ya había reescrito. En el siglo XVI los protestantes se separaron de la Iglesia Católica y aceptaron la Biblia cuyo Nuevo Testamento ya estaba para entonces amañado con las nuevas añadiduras de un siglo atrás.    


Los historiadores del supuesto tiempo de Cristo no dan razón de él. Por ejemplo, Filón de Alejandría, historiador judío, no sabe nada de la existencia de Jesús de Nazareth, y eso que vivió en los años en que la iglesia dice que vivió el nazareno. Eso es realmente extraño, pues Filón, aunque residía en Alejandría, recibía constantes noticias de Judea. Siendo Jesús un personaje fuera de serie, que curaba a los enfermos, daba de comer a multitudes y resucitaba a los muertos, es raro que Filón no supiera nada de él. Tampoco tenían constancia de Jesús en Roma. El evangelio dice que la fama de Jesús traspasó las fronteras. No cabe duda de que a personaje tan singular el emperador lo hubiera hecho llamar a su presencia.


El historiador Josefo nada escribe sobre Jesús, salvo las pocas líneas que se le han colgado en el siglo IV y que se cree que son producto de Eusebio de Cesarea. Si Josefo hubiera sabido de Jesús, no cabe duda de que le hubiera dedicado libros enteros y no que al respecto solamente aparecen unas míseras líneas que ni son del propio Josefo. Lo mismo es cierto de los insignificantes pasajes que se le han interpolado a los escritos de Plinio, Tácito y otros. Estos autores también habrían escrito libros enteros de haber sabido de la existencia del personaje.   
Las profecías bíblicas, y concretamente la del regreso de Cristo a la Tierra en la batalla de Armagedón para instalar el paraíso, no se cumplen porque en el siglo I no existió el personaje de Jesús de Nazareth, el cual fue producto de unos incipientes clérigos mitraítas que luego pasaron a ser cristiano-católicos y que en el siglo IV seguían las órdenes de Constantino de escribir un libro que sirviera de pauta religiosa para todos los súbditos del Imperio.


Tal libro es producto de la Iglesia Católica, sufrió modificaciones a lo largo de los siglos y ha llegado hasta nuestro día como el Nuevo Testamento, no siendo en modo alguno un libro de profecías. Por eso no se cumplen.

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