Es que es muy fácil, porque si uno nunca yerra, tampoco puede ser exigido; al fin y al cabo, qué sabrá el pueblo llano
Los entes colectivos sólo pueden ser sensibles si quienes lo integran individualmente lo son. Sólo pueden ser bondadosos si sus representantes atesoran esa cualidad. Serán solidarios y entregados cuando sus miembros lo sean. De lo contrario, se les escapa la posibilidad de ejercer unas virtudes en el colectivo que uno a uno no tienen y, claro está, les saldrá la maldad y la indecencia por las costuras, ya que siempre no se puede estar disimulando. El ministro de ¿Justicia? el tal Rafael Catalá (ese que los correctores ortográficos convierten contra tu voluntad en Catalán), ha expresado lo que él y posiblemente muchos de sus correligionarios tienen en el ADN personal y político cuando afirma que ni el Gobierno ni el exministro de Defensa Federico Trillo (un espécimen cancerígeno de los muchos que enferman a la política nacional) deben pedir perdón a los familiares de las víctimas de aquel desatino conocido y consentido que acabó en tragedia. Total, para qué. Hay que insistir, está en su ADN de triunfadores hallarse por encima del bien y del mal: poseen una suerte de verdad absoluta que amparan en el puñado de votos recibidos, no ya para asumir responsabilidades y rendir cuentas, sino al menos para mostrar sensibilidad y, con ella, respeto y empatía. Lejos andamos de aquello tópico de que “to el mundo es güeno”, si es que alguien de verdad fue tan ingenuo alguna vez (o lo sigue siendo), para creerlo.
Es que es muy fácil, porque si uno nunca yerra, tampoco puede ser exigido; al fin y al cabo, qué sabrá el pueblo llano, que anda siempre más pendiente del premio Nobel que le han dado a un afamado futbolista..., ¡ah! no, que ha sido sólo un reconocimiento deportivo. Bueno, igual o más calor le cabe seguro. Pero no nos desviemos del ministro y de sus correligionarios, siempre tan dados a no asumir culpas, o al menos, a no mostrar un ápice de sensibilidad real más allá de palabras hueras, a minimizar sus meteduras de pata, o si lo prefieren, sus negligencias, su falta de capacidad, que acaban pagando otras y otros. Esa capacidad para querernos hacer creer que sus tramas corruptas son casos puntuales, porque al fin y al cabo ellos parece que están donde están por la gracias de Dios. Y con ese blindaje poco se puede todavía en esta España dicen que del siglo XXI.