El brote de gripe iniciado en el mes de abril en México y sur de California ha alcanzado ya el grado 6 o pandemia, epidemia de nivel mundial; eso, que ya anuncié en un comentario mío anterior, era una obviedad de fácil predicción. Es curioso que tal categoría, lejos de alarmar, ha coincidido con una merma de las noticias a su respecto, salvo anécdotas como la de Hoyo de Manzanares. Este proceso, causado por el nuevo virus de la influenza A (H1N1) de origen porcino (Novel Swine-Origen Influenza A (H1N1) Virus), se denomina ya definitivamente gripe S-OIV. El hecho de su decadencia a nivel de medios de comunicación se debe en parte a un fenómeno de repetición adaptativa (ya no es una novedad) y también a que el incremento de contagiados se ha enlentecido y, por fortuna, los casos letales escasean (en Europa apenas se cita una víctima en Escocia). Si a ello se añade que poseemos un test de diagnóstico rápido y una terapia (oseltamivir) satisfactoria, la situación parece dar pie al optimismo.
Mas, aunque el personal se ha serenado, los dispositivos de la Medicina Preventiva no están inertes: antes al contrario, saben que muy probablemente lo peor de esta pandemia gripal está aún por llegar. Esta presunción se basa en el análisis de las carácterísticas de las tres pandemias de influenza del siglo pasado. Repasemos los rasgos que nos han mostrado.
En primer lugar, un elemento definidor en cada pandemia es un cambio o shift del virus, cuya composición antigénica difiere de la gripe estacional: el S-OIV es el resultado de un reordenamiento mixto de genes porcinos, aviarios y humanos. Esa novedad hace posible al virus eludir la inmunidad adquirida por el huésped frente a otros agentes previos. El segundo rasgo es que la morvimortalidad suele desplazarse hacia personas más jóvenes y saludables: así ha ocurrido ahora también, y con anterioridad he postulado la idea de que los viejos sufrimos menos esta gripe porque nos hemos enfrentado en el pasado ya a virus tipo H1N1, residuos de la gripe de 1918, en cierto modo similares a los actuales. Recientes artículos sobre el tema abonan en igual sentido.
En tercer lugar, y éste es un rasgo clave, una pandemia se compone de varias ondas epidémicas, separadas por meses o años; suele ser habitual que el primer brote resulte más benigno que alguno de los siguientes. Es la razón fundamental por la que el afán de la OMS y de los laboratorios que la secundan es preparar cuanto antes una vacuna eficaz, que pueda aplicarse a partir del otoño próximo. La cuarta característica de las pandemias es su alta transmisibilidad: el llamado "número reproductible" (número de contagiados a partir de cada enfermo) suele ser muy elevado, entre 2 y 5, lo que traduce la dificultad de la prevención por aislamiento. Finalmente, existe una gran heterogeneidad topográfica en el reparto de víctimas mortales.
No quisiera pecar de "cenizo", como diría un castizo. Pero la gripe S-OIV no puede darse por finiquitada, antes al contrario.