Lo de exhibir inquebrantable adhesión a un determinado postulado como si de ello dependiera la suerte del mundo mundial –y presentarse, además, como el más leal de los leales a dicho postulado– no deja de ser lo que es: una pose. Un gesto, romántico, si quieren, a veces incluso heroico, aunque, desde luego, no en el caso que nos ocupa. Puede quedar, sí, muy bien de cara a la galería. Pero en política, y me atrevo a afirmar que en los demás ámbitos de la vida también, más que una prueba de inteligencia o de firmeza encomiables es una evidente demostración de temeraria, imprudente y hasta ridícula estupidez. Sobre todo, si lo que se obtiene con ello es lo contrario de lo que se supone que se pretende. Y eso es lo que hemos visto que ha pasado y continúa pasando con el que fuera secretario general del PSOE Pedro Sánchez, que por lo que se ve todavía no se ha enterado de que más importante que cumplir con la palabra dada es sobrevivir para no poder faltar a ella. Ni parece haberse enterado tampoco de que el primer objetivo de toda organización política que se precie es alcanzar el poder, porque solo alcanzando el poder puede llevar a cabo los demás fines para los que fue creada.
Convendrán conmigo que, si el piloto de un avión se ciñe estrictamente a lo establecido en su plan de vuelo y no se desvía ni un milímetro del mismo, ni siquiera frente a una tormenta, lo más normal es que se la pegue y que se la peguen igualmente todos o casi todos quienes le acompañen en el viaje. Pues me temo que algo así es lo que podría haber ocurrido y podría ocurrir si Sánchez continuara pilotando la nave socialista, (cuando lo que debía de haber hecho, tras su defenestración, es haberse ido a su casa y no contribuir a montar un pollo que puede terminar con el partido desplumado y hecho trizas, por muy dolido y resentido que estuviera con la faena que le gastó la mitad de su ejecutiva en octubre del pasado año). Y es que eso es lo malo que tiene emperrarse en seguir hojas de ruta sin atender a los imponderables y a las circunstancias, que corres el riesgo de partirte los morros en cualquier punto del trazado. La obcecación es propia de la imbecilidad o de la desesperación y, por supuesto, no trae nada bueno.
No obstante, quien a estas alturas de la película aún crea que dentro de la confrontación existente en el PSOE Pedro Sánchez ha asumido la postura que ha asumido por una cuestión de principios es absoluta y totalmente ingenuo. La ha asumido por razones de oportunidad y estrategia y porque no le ha quedado más remedio.
Como ya he apuntado en alguna otra ocasión a través de esta misma tribuna, en el proceso de primarias socialistas no se dirime, ni muchísimo menos, el modelo de partido ni el contenido ideológico y programático de su proyecto político. Eso no es más que ruido y verborrea. Lo que se dirime es el control mismo de la organización entre dos aspirantes con posibilidades reales de ejercer el liderazgo: alguien que ya fracasó estrepitosamente, y que a pesar de ello no se resigna, y alguien que promete, pero que aún no se ha estrenado en el cargo y a quien, al menos, se le pude conceder el beneficio de la duda.
El hecho de que un servidor se haya inclinado por una de esas dos opciones y no por la otra obedece a la convicción de que con ella –la que encarna Susana Díaz– el PSOE puede conseguir mejores resultados en futuras contiendas electorales.
A fin de cuentas, tras el “No es no” de Pedro Sánchez –que ahora se ha convertido en un “Sí es sí”– subyace la misma lógica absurda que la que subyace tras la expresión “un plato es un plato” de don Mariano Rajoy. Y con esto me parece que ya está dicho todo.
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