Ya estamos en la recta final del proceso de elección interna del secretario general del PSOE. Ocho meses después de iniciada la crisis en un Comité Federal de infausto recuerdo, los socialistas se acercan al momento de los votos en las urnas. La campaña interna ha sido inédita, y para muchos, insólita.
Pedro Sánchez, tal y como demostró en el debate celebrado en Ferraz, no solo carece de proyecto sino que además se ha descubierto como una persona que se siente cómodo en las zonas de sombra, en el juego turbio. Los insultos de sus seguidores no eran sino la avanzadilla de su discurso, y eso quedó claro en el debate, donde intentó, una y otra vez, ningunear a
Patxi López y de otro, colocar a
Susana Díaz en la derecha.
Él, incapaz de definir qué es lo que defiende, porque unas veces se apunta a una idea y al rato a la contraria, es la expresión del vacío político que ha sumido al PSOE desde el fatal Congreso de Sevilla, inicio de la deriva del PSOE y de los enfrentamientos internos, en los que, por cierto, Sánchez, agazapado aún tras
Pérez Rubalcaba, era uno de los instigadores del sectarismo y la confrontación.
La crisis socialista, engordada por Sánchez y su inconsistencia política durante dos años pésimos para el PSOE, ha reflejado precisamente la necesidad de recuperar su fortaleza ideológica y política en el espacio que le corresponde de forma natural, el centro izquierda, desde donde se consiguen las mayorías suficientes para gobernar las instituciones y proceder a la ejecución de los cambios económicos, políticos y sociales que hacen avanzar a España.
La legitimidad histórica del PSOE, puesta en entredicho por el comportamiento caudillista de Sánchez, cuya ambición y autoritarismo plebiscitario solo son comparables con sus ataques plagados de agresividad e insultos, no puede depender del mesianismo de un solo sujeto que reclama para sí el único liderazgo basado en el uso oportunista del voto militante mediante gestos y símbolos que reduzcan el debate a expresiones de sentimientos que luego, bien administrados, permiten al ‘líder’ hacer y deshacer a su gusto, como ya vimos en las negociaciones para llegar a cualquier precio a la Moncloa.
El PSOE es mucho más que una sola persona, sea esta quien sea, y, lamentablemente, más que el ‘militante’ Sánchez que lo ha conducido al caos y al enfrentamiento cainita. Pero debe ser, además de eso, un instrumento real de uso por parte de la sociedad para conseguir sus objetivos políticos que necesita. España necesita partidos solventes, con proyectos claros y con capacidad para llevarlos a término. No sé si este viaje de las llamadas ‘primarias’ sirve a ese propósito o simplemente permiten el oportunismo de los bananeros que solo creen en sí mismos como única esperanza para hacer política. Esta crisis debe terminar devolviendo al PSOE a su sitio, al espacio de la centralidad y al de ser una organización representativa que funciona organizadamente sin caer en la adulación y el mesianismo. Si el PSOE quiere ser el PSOE, debe impedir el avance del caudillismo.