Creo que no cabe la menor duda que Miguel Ángel Revilla, presidente de la comunidad autónoma de Cantabria, es un tío simpático (perdonen la expresión coloquial), he tenido la oportunidad de verle en algunos programas de televisión y da la impresión de no ser el tipo de político al que estamos acostumbrados.
Pues bien, a este señor lo han querido comparar, ni más ni menos, que con una especie de banda corrupta, por regalar productos de Cantabria, anchoas, a Zapatero. También a Rajoy y algunos más pero esto se calla y oculta. Lo dicho por Rita Barberá es canallesco e indecente, me importa un bledo que sea alcaldesa de Valencia, eso no da carta de naturaleza para decir lo que uno quiera y menos para injuriar, que es lo que ha hecho esta señora. Si los votantes de la ciudad de Valencia quieren tener a una alcaldesa de tan baja catadura moral y política, es su problema, pero es lamentable.
Y llamo canallesco e indecente a ese comportamiento porque nada tiene que ver que un banda de corruptos te regalen cosas, porque su intención es lograr sus objetivos mafiosos, cuando lo de Revilla es promocionar los productos de su tierra, lo cual, además de ser un noble comportamiento, busca la riqueza para su tierra.
De hecho baste comprobar cómo los contratos obtenidos por la banda corrupta fueron muy numerosos y en muy poco tiempo. La artimaña para burlar la ley, que obliga a sacar a concurso los contratos superiores a 12.000 euros, es tan fácil como trocear los mismos. Muy sencillo, es como si en vez de cobrarle la comida entera, que es lo normal, se la cobren por platos.
Lo que es del todo chusco es que un presidente de una comunidad se pueda vender por unos trajes, eso da una idea de ser quinqui de poca monta, si hay que robar hágase a lo grande, como en las películas.
Yo no sé si el señor Camps será culpable o no, eso lo deberán determinar los jueces, pero desde luego la foto fija que se obtiene es que seguramente lo es, por la cantidad de cosas que ha dicho que luego o han resultado ser o mentira o excéntricas
Dijo que no conocía al tal Correa y luego, según las grabaciones de la policía, resultaba que no sólo lo conocía sino que además se daban muestras de cariño mutuo. Pero además de esta mentira, impropia de alguien que ocupa el puesto que ocupa, lo que para mí es difícil de digerir es la forma como él dice que efectuó los pagos. Lo relato.
El presidente de la Comunidad sale en su coche oficial y se va a la farmacia de la mujer, le pide que abra la caja –debe ser una magnífica farmacia– y saca unos cuantos miles de euros, vuelve al coche oficial, le dice al chófer que lo lleve a Madrid y allí se va a la tienda a pagar los trajes. Hecho esto se vuelve a Valencia.
Es decir, uso del coche oficial para asuntos particulares. Y debe ser así, suponiendo que sea verdad lo que cuenta, porque cuando declaró cuándo los había pagado resultó que ese día estuvo en actos oficiales en Valencia, ante lo cual respondieron que por la cercanía encontró un hueco para hacerlo.
Lo más sorprendente de todo esto es que la derecha extrema y sus corifeos pretenden justificar el comportamiento y restar importancia, por escaso valor, al hecho.