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Viernes 15/11/2024
 
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Notas de un lector

De la eternidad del presente

Ve la luz el primer poemario de Borja Campo Alange, madrileño del 79, que ya tiene en su haber dos novelas

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Bajo el titulo de “La fábrica” (Devenir. Madrid, 2017),ve la luz el primer poemario de Borja Campo Alange. Este madrileño del 79, ya tiene en su haber dos novelas, “La vida epifita” (2012) y “Séale la tierra ligera” (2014)
En este su bautismo lírico, expone un tejido de homogéneas reflexiones, de vívidas experiencias, de sólidas creencias, que devienen en un mapa íntimo y trascendido. Su viaje interior se rodea de un expreso deseo por reconocerse al par de su conciencia y anudar el tamaño de su espacio y de su tiempo a la mudanza del alma: “Y acepto mi presencia más allá del sistema,/ de la memoria./ Mi mundo supera mi lenguaje./ `¿Cómo probarlo?´, dirán./ Y yo contesto con la ventaja/ de la poesía (…) `La materia prima no es la palabra,/ ni la partícula./ La materia prima soy yo´”.

Dividido en tres apartados, “Materias primas”, “Productos terminados” y “La fábrica”, el volumen mantiene una anímica eficacia, un sugerente tensión, que contribuye a  que el lector se aproxime con mayor fluidez a su ulterior mensaje. Los ecos de una palabra transformadora e inquietante, sobrevuela buena parte de estos poemas en donde anidan una luz vulnerable y un universo solidario.
Con una voz sostenida en una significativa narratividad, el sujeto lírico se va inquiriendo sobre la existencia, sobre la verdadera libertad que rodea su ser. Preguntas, al cabo, que encuentran -o no- respuesta, pero que le sirven como desahogo humano y necesario: “¿Puede ser, dime, puede ser un eco/ este grito/ este llanto/ esta cura/ esta herida/ este sin nombre/ consentido?”.

En su “Poética”, Julio Cortázar dejó cincelado este personal pensamiento:“La poesía prolonga y ejercita la oscura e imperiosa angustia de posesión de realidad,esa licantropía ínsita en el corazón del hombre que no se conformará jamás –si es poeta- con ser solamente un hombre”. Campo Alange parece sentirse deudor de la máxima cortazariana, pues su discurso crece unido a una verdad que no cede y que profundiza en una materia candente, muy próxima a su palpable cotidianeidad. Su verbo se expande y se derrama de forma valiente, y se torna dador de una certidumbre reveladora: “Que no es un fracaso darnos cuenta de que no podemos cambiar el mundo./ Que es vida no conseguir casi  nunca lo que queremos./ Que duele el recuerdo a causa de la eternidad del presente”.

     La espiritualidad del amor y el peso de la memoria se alinean, a su vez, en estas páginas y se hacen temática recurrente. La detenida observación de cuanto gira en derredor de Dios y de la naturaleza sostienen, también, un ámbito que desvela la quimera de cuanto el poeta madrileño reescribe en su corazón.

     En suma, un poemario intenso y atractivo, ajeno a oropeles y que signa en su interior los acentos de un escritor de hondo aliento: “Tan sólo en esta fábrica de versos/ en la que espero, y tú me esperas, y nos/ cierne el sentido último, estar quiero/, solos, tú y yo”.

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