El 19 de octubre se cumplió el aniversario del fallecimiento del doctor, pensador, escritor, articulista y humanista castillejero Ernesto Feria Jaldón. Tuve la suerte de conocer a Ernesto Feria, como recuerdo haber escrito en otra ocasión, desde la cortedad y el respeto propio de mi entonces juventud, cuando, miren ustedes por dónde, ambos coincidíamos escribiendo en el antiguo Odiel.
Y vienen a la memoria, Ernesto, allá donde estés, las veces que compartíamos las páginas del desaparecido diario de Huelva entre una gran distancia y salvedad, porque yo era bachiller y aprendía tanto de ti, mientras que tú, Ernesto, eras no solo doctor, escritor y articulista, sino todavía algo más que falta hoy en la actualidad, gran humanista, y esto sucedía cuando estaba al frente del diario Alejandro Daroca de Val. Ernesto Feria se convertía con una sencillez sabia que me atraía en una de los grandes pensadores que ha parido esta tierra.
Nació Ernesto Feria Jaldón en su tierra andevaleña de Villanueva de los Castillejos el 17 de febrero de 1922, y falleció, como hemos apuntado al principio el 19 de octubre de 1993. Su extensa formación recogida de diferentes vertientes profesionales, sin obviar la de doctor, la desarrolló durante su larga estancia en Madrid. Ya en nuestra ciudad fue un incansable colaborador de los medios, así como presidente del Ateneo de Huelva. No obstante, los artículos se ponían siempre por delante con tenacidad y sabiduría, quizás cogidos de la mano de su actividad como médico rural que con tanta profesionalidad y celo desarrollaba. Y es que nuestro inolvidable paisano se presenta como un auténtico maestro de este género periodístico. Su propia hija, mi apreciada Pepa Feria, recuerdo que en cierta ocasión me llegó a decir que el aislamiento intelectual que su padre eligió no había sido nunca entendido por la mayoría de las gentes de la cultura no sólo en Huelva, que ya de esto sabemos bastante, sino también allende nuestras fronteras. Y a propósito de lo que escribimos fue el propio Ernesto Feria con respecto al estado de este olvido, el que llegó a recoger de Rof Carballo: “Solo quedan pensadores en los pueblos, en los lugares menos acelerados por todas las clases de miasmas y químicas”. Y es que para Ernesto Feria hallarse en su pueblo era como una reclamación ancestral, donde tenía que estar no solo por su profesión, donde halló la fuente de su verdad en totalidades tanto al tratar al enfermo como al desvalido.
Ernesto Feria fue elegido para su ámbito y en ese contacto de humanidades plenas fue como afloró el fruto pensante de su sabia intelectualidad humana. Hasta aquí mi recuerdo, maestro, poniéndole zancadillas al olvido.