En El viaje a ninguna parte, Fernando Fernán Gómez nos mostró la travesía de unos infortunados por senderos polvorientos y caminos olvidados hacia un destino imposible en la geografía patria. Una metáfora del abandono, de la abrumadora ausencia de control sobre el futuro, de la angustiosa inevitabilidad forjada en los años oscuros de la dictadura. Cuando el devenir de los acontecimientos, la construcción de la vida individual y nuestro proyecto colectivo yacían arramplados junto a las cunetas, las mismas que aún hoy albergan el dolor de la derrota.
Ese viaje absurdo cuya emocional comicidad desvelaba el agridulce sabor de lo imposible, duró hasta el fin de los días aquellos, cuando se superpuso el hecho biológico, del que se hablaba cuando el final de la tiranía se adivinaba en los gestos de dolor del dictador y en la inquietud ambiciosa y maliciosa de su entorno más cercano.
Desde entonces la derecha pugna por cumplir su nuevo destino neoliberal al mismo tiempo que se siente incapaz de romper con su tediosa insistencia en ser un subproducto del peor pasado. El conservadurismo nacional católico que impide avistar a sus dirigentes mas conspicuos los cambios generacionales que se producen – otro hecho biológico tan natural – en nuestra sociedad ya tan madura.
El viaje a ninguna parte en este ciclo democrático es en AVE, lo protagonizan los ganadores y no los que han perdido, y el carácter de cómicos de los protagonistas no viene de su vocación teatral sino de su incompetencia y su torpeza para entender la altura y la responsabilidad de los actos en los que deben resaltar su papel.
La decadencia de nuestro sistema, solo comparable con la italiana, nos obliga a recibir el cambio de rumbo del votante con cierta inquietud pues aunque se derrumban los clásicos y el emergente más mimado, el ganador en todas las previsiones aún no muestra todas sus cartas y sin ser, como dicen algunos tremendistas, un personaje de camisa azul, que no lo es, tampoco aclara qué se esconde tras el cortinón naranja, y empieza a ser necesario saberlo.
Hasta ahora, Ciudadanos ha demostrado una inteligente responsabilidad de estado, se ha hecho merecedor de la confianza de muchos por la falta de coherencia de sus adversarios y el número ingrato de los ataques que sufre ha servido para fortalecer su propia estructura política. Ciudadanos es lo que es por el fracaso del resto, salvo donde alguno del resto no fracasa, como ocurre en Andalucía.
Va siendo hora de significarse, de hablar de política en serio. Es hora de que Rivera deje tiempo en su discurso para decir a dónde quiere llevar nuestro país, toda vez que sus adversarios han renunciado a hacerlo emprendiendo un dramático viaje a ninguna parte, un destino masificado en el que habitan los profesionales de la derrota. Así de claro. Así de triste.