Nos anuncian su disolución en un acto solemne. Una especie de sainete calculado para producir un efecto igualador. Se trata de igualar dos partes supuestamente enfrentadas en un conflicto en el que el protagonista, la lucha armada, causó víctimas pero que llegado un nuevo ciclo ya no interesa mantener en escena. Sin más. En un escenario a todo color, el blanco y negro perpetuo de ETA, sus crímenes y el dolor provocado a tantas víctimas, adquiere nuevas oportunidades. Y se las brindan los protagonistas de la ceremonia.
Es una reunión presidida por un grupo de ningunos. Decía Churchill, con todo su desprecio por un buen tipo en este caso: llega un taxi vacío y se baja Atlee. Así eran los conferenciantes de Cambó, un grupo fantasmal e inexistente pero presente, de ennominados sujetos al guion escrito por sus capataces. Sus figuras resplandecientes, tanto como la aureola de los fantasmas, disfrutaban del evento como aquellos personajes que durante la transición aparecían en todos los actos y en todas las presentaciones de libros: -Van a salir los de queso – respondían si les preguntabas cómo estaban. Ellos y una empleada municipal, resplandeciente y mítica ninfa de una Euskadi creada de las cenizas de Guernica. Ella representaba lo que la paloma de la paz traía en otra suerte de actos. Nada.
Así fue el fin de ETA. Un sainete con el lenguaje calculado para producir la misma sinrazón de siempre. Las trampas fabricadas con el uso y manejo de sustantivos y adjetivos, las subordinadas características del ‘lenguaje del análisis’, el vocabulario de los eufemismos alambicados y desvergonzados. La estrategia de Sherezade aplicada a una sociedad cansada: dormir con el influjo de una verborrea paralizante por aburrida, inútil, incapaz, plomiza, insoportable.
Por si había alguna duda, véase la entrevista a ETA publicada en Naiz, adelanto de un libro, “por supuesto, en euskera”, que se publicará en junio.
¿Y ahora qué?
Ahora es cuando descubrimos la fragilidad en la que estamos instalados. La ductilidad previsible a adaptar las circunstancias a las conveniencias. Ahora, los presos. Como si eso fuera la panacea, el bálsamo de Fierabrás que ha de curar las heridas. Como si las heridas fueran solo literarias y el sufrimiento un rescoldo del pasado y solo fuera real la situación carcelaria de los asesinos.
Ahora, la narrativa. Eso que llaman relato. Sencillamente el qué pasó, cómo se cuenta, quiénes lo cuentan y cuál es el propósito de contarlo.