Nueva York, Las Vegas, Tokio, Macao, Dubai, Barbate y Benadalid.. mis vacaciones

Publicado: 31/07/2020
Autor

Younes Nachett

Younes Nachett es pobre de nacimiento y casi seguro también pobre a la hora de morir. Sin nacionalidad fija y sin firma oficial

Sin Diazepam

Adicto hasta al azafrán, palabrería sin anestesia, supero el 'mono' sin un mísero diazepam, aunque sueño con ansiolíticos

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Es que pensándolo bien, que se metan el lujo por donde les quepa, porque para ser feliz y disfrutar basta con mirarle a la cara al Agustín, al Cojo y al Malia
A diferencia de los tiesos, ya saben, esas personas sin dinero que tanto asco producen, tenía planeadas unas vacaciones de ensueño. Con el objetivo de mantener viva la llama del amor que siento por Fátima, había reservado una suite en el Four Seasons New York, no tanto por disfrutar  de un mayordomo personal con servicio 24 horas como por el hecho de poder ir a pie, apenas el alba claree la Estatua de la Libertad, hasta la cercana Joyería Tiffany’s y disfrutar de un desayuno con diamantes. Luego cruzar Estados Unidos a través de la Ruta 66 con desvío y parada en Las Vegas y así cumplir un sueño que me acompaña desde la juventud: jugarme los ahorros de un mes, más o menos un millón de dólares, al rojo. Tras enterrar un par de cadáveres en el desierto de Nevada, nos íbamos  a desplazar hasta California, en concreto hasta Santa Mónica y visitar su bucólico muelle antes del anochecer. Ya saben, sus puestas de sol son mágicas y allí es donde muere la Ruta 66.

La idea era pillar luego un vuelo hasta Tokio para comprar pescado en Toyosu antes de pasar una psicodélica noche entre el océano de luces de neón y pantallas publicitarias del barrio Akihabara. Lo tenía todo preparado para llegar en domingo porque sus calles se convierten en peatonales y la experiencia visual se multiplica.

El lunes partiríamos hasta la Isla de Macao, en China, para disfrutar de un par de noches en una  de las villas Stephen del hotel The 13, más que nada porque, como el lector ya sabrá, la gerencia del establecimiento  ofrece a todos sus huéspedes los automóviles más caros del mercado con un chófer a su servicio. Y claro, a Fátima le hace mucha ‘ilu’ pasear por la isla en el Rolls Royce ese que tiene el logotipo de la marca chapado en oro de 24 quilates, rodeado de un pavé de 336 diamantes. Y es que de vez en cuando hay que darse un capricho.

Antes de regresar, ya saben, una parada en Dubai donde haríamos noche en la suite del Hotel Burj Al Arab, más que nada porque soy un acérrimo seguidor de la obra del arquitecto Thomas Wills Wright quien, casualmente, cosas de la vida, diseñó la caseta de mi perro y también la mitad del  cuarto de baño de la casa de invitados. En fin, por la mañana, en la planta 124 del Burj Khalifa, tenía planeada pedirle matrimonio a mi Fátima… ya sé, soy un romántico, jajajaja, y ya sé que es genial hacerlo en el edificio más alto del mundo como brutal analogía de nuestro amor celestial. Bah, no tiene importancia, siempre he sido el puto amo, aunque confieso que en origen la pedida se iba a realizar en la cima del Everest, o en su defecto en el K2, pero me lesioné jugando al pádel con Amancio y Aznar, y mi ‘fisio’, porque los que no somos tiesos tenemos ‘fisios’, no me lo recomendó.

Tras su Sí quiero, porque está claro que no hay mujer que se resista ni a mi físico, ni a mi cartera, regresaríamos a España pero con una parada junto al lago Ginebra, en Suiza. Joder, lo tenía todo planificado… me dan ganar de soltar una lágrima real, no de piel de Lacoste, porque allí tenía pensado darle una última sorpresa a Fátima que fliparía al ver a toda su familia, con la Tata y el Conde también, alojada en el Hotel President Wilson. La intención era que nos  recibieran con una copa de Dom Pérignon Rosé Gold. Pero bueno, la puta pandemia lo jodió todo, ya saben… parece frío que sea esto lo que me joda y no los miles de muertos, pero qué quieren que les diga… para cada uno sus problemas son los más importantes.

Pero vamos, que esto lo aplazo para el año que viene, vacuna mediante. De todas formas tengo un plan B magnífico. Levantarme tempranito, bajar a la playa de El Carmen y si tengo ganas de darme un paseo a la Yerbabuena, en ese paraíso que es Barbate. Y entre baños y lectura, alternar cervezas en El Europa al son de música de los años 80. O en Comisiones Obreras, acompañadas de un montadito de facera, o en El Calero para cuando me entre hambre comerme un pinchito de cordero en el bar de mi hermano Ridu. Sin olvidarme del atún encebollado en el  Avenida (Piñonate para los amantes de la gastronomía), de un plato de calamares fritos en el Bus, de las huevas en aceite en Presenta o de los chocochampis en El Limones. También me permitiré otros lujos como una tapa de morena frita con un maridaje perfecto gracias a un vaso de rebujito en Paquete, una tortilla de camarones en… Camarón, un arroz en la Cervecería Los Seis Grifos, unas croquetas en El Sitio, cualquier cosa que te cocinen en la Peña Los Bandoleros, una centolla lista para meterle la cuchara en La Rubia, o un calamar de potera en la Peña Almanar. De vez en cuando, alzar la vista y emborracharme de verde con el perfil de la Breña.

Para postre, lo tengo claro, una delicia de piñón de Tres Martínez o una copa de helado en El Malagueño (¡mango, queso payoyo!). Y luego a seguir comiendo y bebiendo desde la Peña Flamenca hasta la Peña del Atún, para que cuando llegue la noche tomarse una copita en La Tienda por más sieso que sea su dueño. 

Y sí, lo sé, me olvido de otros muchos sitios para disfrutar y comer en esta tierra donde cuando menos te lo esperas, cenas bajo los acordes de las guitarras de Nono García y Tito Alcedo. Pero créanme, hay tres razones para no nombrarlos: una, que se me haya olvidado, dos, que ya tienen publicidad más que de sobra y no requieren que un inmigrante les saque en un artículo de mierda, y la última, pero más importante, porque no me hayan invitado a una caña en los veinte años que llevo aquí.

Además, en mi plan B nunca faltan los viajes a la Serranía de Ronda, al valle del Genal, a Benadalid para ser más exactos, sobre todo cuando por aquí salte el levante. Allí suelo alojarme en el Hotel Restaurante de diez estrellas Michelín, el celler de can Isabel, en la loma de la Cerilla.

Y es que pensándolo bien, que se metan el lujo por donde les quepa, porque para ser feliz y disfrutar basta con mirarle a la cara al Agustín, al Cojo y al Malia cuando les digo que estoy de vacaciones, es decir, que me tiro un mes tocándome eso que con los años me cuelgan tanto que me hacen cosquillas en los tobillos y encima me pagan.

PD: La pedida de mano, donde solía jugar de niño, en la piera cuajá a no ser que esté ya construido el hotel frente al puerto.

 

 

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