Dicen que un primer artículo debe tener algo de fundacional, dar las pistas iniciales de hacia qué puntos de interés van a dirigirse los siguientes que se escriban. Particularmente, en Habladurías no voy a centrarme en nada salvo en los temas que vayan surgiendo, de aquí y de allá, en esta cabecita que tengo. Entonces, si tengo que pensar en algo así, qué cosa más fundacional que el mismo hecho de ser de pueblo.
Nacer en un pueblo como Vejer te coloca hoy día en unas tensiones sociales curiosas. Vivimos en una época en la que se tiende a sacralizar la vida de pueblo. La rapidez, las largas jornadas laborales, el ambiente asfixiante de las ciudades y la falta de dinero para ir a las Maldivas hacen del ambiente tranquilo de los pueblos un destino deseadísimo para la clase media que quiere viajar en vacaciones o para quien, simplemente, quiere cambiar de vida, aunque sea una temporada, y pasarse al pueblo y a su calma tras atragantársele la ciudad. Son estos unos tiempos en los que lo rural como reclamo ha ganado muchos enteros para los urbanitas.
Desde luego, esto ha provocado que la imagen de pueblos como el nuestro se vea revalorizada. El turismo rural triunfa en redes sociales y allá que vamos todos a ver y a tomarnos fotos en todos esos pueblos donde salen nuestros amigos en redes: Setenil, Ronda, Úbeda, Priego… Todos forman parte de esta red de retroalimentación turística. Desconozco la situación de estos pueblos en materia económica y social, pero la de Vejer anima al sobre aviso y a la reflexión.
La idea de pueblo, símbolo de tranquilidad, sosiego y felicidad, debe ser revisada críticamente por quienes viven en ellos. Quienes somos de pueblo no podemos permitirnos el lujo de aceptar la idea de pueblo que hacen los urbanitas, porque nosotros sabemos que no todo es color de rosa, no todo es como queda en las fotos: hoy día estos pueblos se enfrentan a enormes porcentajes de paro, una estacionalidad que ahoga a los comercios, migración a ciudades con el consiguiente vaciamiento paulatino, dependencia… Y la pandemia no ha hecho sino acentuar estos problemas. Además, el chovinismo de nosotros mismos, enorgulleciéndonos, por ejemplo, de que Vejer salga en suplementos turísticos, no ayuda. Hemos normalizado que nuestro único futuro sea vivir del turismo, lo que hace que solo exista una vía de futuro para nuestros vecinos más jóvenes: servir al turista, esperar un plan de empleo, Madrid o alguna oposición al Estado, con preeminencia del ejército. Vamos camino de ser la mayor cantera militar de España. Y si los jóvenes no pueden quedarse, Vejer acabará perdiéndose.
Está claro que el turismo debe ser muy importante en la economía de un pueblo tan bonito como Vejer, que ofrece tanto a quien nos visita, pero debemos intentar pensar en un modelo que ofrezca otras formas de desarrollo más sostenibles en el tiempo, mirando por la supervivencia de nuestro pueblo y el fortalecimiento de las grandes aptitudes que tiene. Estaría bien que tomáramos el compromiso de imaginar (y luego exigir) un Vejer que se ofrezca a todos, porque también es importante ser creativos en ese sentido. Que todos podamos ser de pueblo, en el pueblo, si queremos.