Algo se sabía por informes de la Guardia Civil y por investigaciones judiciales, aún sin conclusiones definitivas, pero ha sido el periódico global por antonomasia, el New York Times, el que ha desatado el maremoto. Ha publicado una información muy detallada de los contactos de Puigdemont y de su equipo con Rusia para que le ayudara en el proceso de independencia de Cataluña.
No es una noticia menor. Por mucho que se hayan publicado informaciones excéntricas sobre la cúpula independentista catalana, ésta las supera a todas. La Rusia de Putin ha estado tratando de desestabilizar a los países de la Unión Europea donde había movimientos de secesión. Procuró moverse en Italia con la Liga Norte y España no iba a ser menos. Se sabían los manejos de Putin a favor de Trump en la elecciones norteamericanas, su implicación en las noticias falsas de la campaña del Brexit, la fría anexión de Crimea, la ocupación práctica del este de Ucrania, el apoyo decisivo al dictador bielorruso Lukashenko y la perenne acechanza sobre los países bálticos desde su independencia.
Los pormenores que toda la prensa ha publicado sobre los intentos de las personas de confianza de Puigdemont en sus aproximaciones rusas denotan una desesperación notable y una pérdida de rumbo ideológica inquietante para la propia sociedad catalana -muy europeísta- y para su parte del gobierno catalán.
No vale despacharlo con las acostumbradas “maniobras de Madrid” u “operaciones oscuras del Estado Español”. No sirve gritar -en esta ocasión- el “prensa española, manipuladora” porque ha sido la prensa norteamericana. Los contactos de los enviados de Puigdemont en Rusia desde 2017 a 2020 no han sido negadas, solamente han matizado que eran exploratorios.
La oferta de los mediadores llegó a poner sobre la mesa el reconocimiento del futuro Estado catalán de Crimea, como rusa, a cambio del apoyo a la independencia de Cataluña. Los argumentos sucesivos han querido comparar -como hizo el ministro ruso de Exteriores, Lavrov, ante Borrell-, la situación de los presos rusos con los condenados catalanes. También se equiparó la persecución de los disidentes de Bielorrusia con los procesados catalanes.
Es un favor impagable a España el que la prensa internacional haya difundido detalladamente estos disparates. Es evidente que a los muy activados no se les va a convencer de nada, pero al público independiente esta patochada le hará aumentar el descreimiento en unos líderes fracasados.