Afortunadamente gozamos de un enorme potencial entre las variadas y múltiples facetas que conforman nuestra personalidad. Tenemos igualmente múltiples cualidades, que unifican o divergen las características que nos definen, proponiendo una imagen de nuestro carácter, según sean aquellas en su conjunto.
Educarse o educar, no sólo consiste en el estudio de una carrera universitaria, master o especialidad, creyendo que dichos estudios proporcionan estatus humano e infieren calidad de persona. Son muchos los llamados sabios que han contribuido, con sus amplios conocimientos en las diferentes disciplinas, a la barbarie y denostación del género humano, al servir con dichos conocimientos a los intereses más espurios y sectarios, propiciando retraso, dolor e iniquidad a la colectividad.
La palabra, como herramienta fundamental en la comunicación, adquiere desde el punto de vista al que nos estamos refiriendo, una valor multiplicativo y exponencial difícilmente sustituible por cualquiera de las otras vías a las que acudimos cuando de expresar, comunicar, departir, informar, participar, opinar, charlar o dialogar se trata.
El tono, la cadencia, el ritmo, el énfasis, la inflexión,…los silencios, los tempos y hasta la euritmia, debidamente aplicados, proporcionan a la palabra hablada el cauce idóneo por que puede discurrir con claridad el manantial de nuestras inquietudes, reflexiones y propuestas. Una vía imprescindible de educación y conocimiento, sin la que, el conjunto de nuestras cualidades queda incompleto y hasta dañado, según sea nuestra forma de comunicarnos con la palabra.
Revitalizar el uso del lenguaje hablado, tendría que ser una de las primeras asignaturas en fuente de conocimiento y educación. Lejos de ello están quienes consideran que la palabra es mero utensilio de labranza para campos ya trillados. Antes bien, sería ´sacha´ de tierra fértil abonada de buena voluntad, donde de verdad pudieran germinar esos brotes verdes de nuevas generaciones de pensamientos y actitudes que cambiaran, de una vez por todas, el engañoso y proceloso mundo que genera esa tela de araña que solemos hilar cuando hablamos.
Asomarse a la vida pública, aunque sea en diferido y escuchar esa palabra, en muchas ocasiones resulta doloroso, abrasivo. Nuestros representantes políticos más directos podrían venir a engrosar la lista de sofistas, según la acepción que hiciéramos de su significado.
Como sofistas, al aplicar una razón o argumento falso con apariencia de verdad, estarían engañando. Como sofistas también, podrían ser maestros de la retórica, aplicando el arte de analizar el sentido de las palabras como medio de educación e influencia sobre los ciudadanos.
Ni en uno ni en otro caso, el sofisma suele ser consistente. Más aun, sabiendo que la retórica, en su acepción menos provechosa por su falta de contenido, puede devenir en engaño.
Sophía -sabiduría-, término griego de donde emana las derivaciones que comentamos, tenía otra bien distinta aplicación. Acuñaba cualidades de sabio en la Grecia clásica aquél que hacía profesión de enseñar sabiduría. Eurípides añadiría a la palabra el significado de “el arte práctico del buen gobierno”. Sin embargo cuan distante y derivada de aquéllos orígenes ha venido a ser su contenido y contexto.
Si añadiéramos al sofisma el ruido, disonancia o desequilibrio, aditados por la falta de convicción que proporciona el tono de quien habla con propiedad y equidad sincera, tendríamos un mapa bastante cercano a plenos y plenarios en los que querer llevar y aplicar la razón, se convierte en ´ahora mando yo´.
El perspectivismo como corriente de pensamiento sostiene que toda percepción e idea tiene lugar desde una perspectiva estrictamente particular. Sería entonces, según esta teoría, la conjunción de relatividades o diferentes esquemas conceptuales lo que determinaría cualquier juicio de verdad posible. Pero no es imposible llegar a acuerdos si el uso de la palabra está fundamentado en razones, datos e intenciones partidarias – no partidistas – del objeto y sujeto sobre el que se trata: la colectividad.
Hacer pleno – en extensión – y buen uso de la palabra hablada en los foros de responsabilidad pública, nos acercaría etimológica y prácticamente al mejor de sus orígenes en definición y naturaleza, proponiendo información efectiva y credibilidad al ponente, evitando así cualquier estridencia y añadiendo honorabilidad a la función desempeñada.
Desatender la facultad del lenguaje y no seguir educándonos en su vertiente cualitativa, comporta múltiples riesgos. Estos suelen permanecer en la historia del individuo o en aquella otra historia escrita, de la cual los anales suelen hacer eco: el riesgo de convertir la voz en grito.