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Jueves 14/11/2024
 

Arcos

“He vivido en el campo y conozco todos los trabajos”

Entrevista con el artesano José Gago

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  • José Gago en plena faena. -

Si frecuenta usted los domingos de Pasearte, en nuestro Paseo, lo habrá visto allí más de una vez, en su puesto de capachos, bolsos o fundas de damajuana hechos con empleita. Se llama José Gago y aprendió después de jubilarse en su profesión de transportista. Gago es un hombre afable, gran comunicador, y nos cuenta que al morir su suegro, que era uno de los últimos artesanos que trabajaban este arte morisco, él se dedicó a terminar los trabajos encargados. Nos explica que al principio no le salía, pero con el tiempo y la dedicación ha conseguido formarse como un continuador de este arte que ya utilizaban los moros de Al-Andalus que se quedaron aquí tras la expulsión, después de aceptar la religión católica.

¿Fue así, José, te dedicaste a terminar los encargos que tenía tu suegro cuando murió?
—Sí. Así fue. Mi suegro, que en paz descanse, trabajaba la empleita. Murió hace seis años y dejó algunos encargos sin  terminar. Uno de ellos, tú recordarás, era una capacha que tu mujer le había encargado. Pues esa capacha la terminé yo. Tuve mis dificultades, pero al final la terminé.
Sí. Es cierto. Y en mi casa la tenemos y la usamos.

Pero tu profesión no tenía nada que ver con  la empleita, ¿no?
—Qué va. Yo era transportista, y a veces, cuando llegaba a la casa venía a mi suegro trabajar. Me fijaba un poco pero sin excesivo interés. Hombre, de verlo algo se te podía pegar, pero muy poca cosa, la verdad.

Muchas dificultades entonces en los primeros trabajos con la empleita, ¿no es así?
—Claro. Es que este trabajo es muy delicado. Al principio no había manera de tapar la cuerda que se utiliza para amarrar las palmas, porque, claro, hay que amarrarlas y que no se vea la cuerda. Yo empecé a hacer las palmas con cuatro ramales, y con frecuencia tenía que desbaratarlo todo porque se veía la cuerda. Al final la hice con cinco y me salió bien. Ahora, sean objetos más anchos o más estrechos, lo hago con ramales de tres, cinco, siete o nueve, siempre nones. La verdad es que entre mis experimentos propios y alguna que otra opinión de personas mayores, entendidas en la empleita, he conseguido tapar la cuerda totalmente. Las escobas de palma tampoco me salían bien, hasta que un entendido me dijo que tenía que hacerla de veinticuatro palmas, o de menos si el cabo era más pequeño, pero siempre números pares. Son los pequeños misterios de esta artesanía.

Imagino que sus trabajos andarán ya por toda España y fuera de España. ¿Sabes algunos lugares?
—Yo sé que están en Burgos, Barcelona y más sitios. Un día un señor de Burgos vio una escoba que había hecho y me pidió dos. Como sólo tenía una quedé con él y le dije que esa misma tarde le tendría la otra. Otro día un señor de Santander se llevó seis cestitas, de las que se utilizan en los restaurantes para poner el pan en las mesas. Este señor estaba hospedado en el Parador, y en tres días se las preparé. También una pareja de Barcelona, que vieron un sombrero que yo había hecho y lo compraron para decoración de su casa.

¿Has expuesto en muchos sitios, además de en los domingos de Pasearte?
—Mi primera exposición fuera fue en El Bosque. Recuerdo que allí vendí algunas cosas a una señora inglesa. Los ingleses le dan mucho valor a estas cosas. Valoran este trabajo. Eso siempre le agrada a uno mucho, porque significa que lo que haces tiene su valor.

Pues esas cosas que le vendiste las vi yo luego expuestas en Casares, un pueblo de Málaga. La mujer me explicó que te las había comprado en El Bosque.
—Sí. Era ella. Una inglesa. La mujer no tenía dinero e incluso fue a buscar un cajero automático. Habló muy bien de mis trabajos y eso, como te digo, le agrada a uno mucho.

Y además de El Bosque, ¿dónde podemos ver tus cosas?
—Los domingos en Pasearte. También un día, en el Parador, cuando vino Canal Sur a un programa navideño. Me pidieron que les indicara una casa típica para entrevistarme y les dije que en la calle Maldonado, al lado de mi casa. Por cierto, que el día quince de este mes vienen de Canal Sur a recogerme para entrevistarme en el programa “La mañana de Ana”.

O sea, que nos hemos adelantado, ¿no?
—Bueno. Es casualidad.

¿Cómo es la preparación de la materia prima, de la palma, que como todos sabemos es la planta del palmito?
—La palma se coge en los meses más calurosos, julio y agosto. Hay que dejarla todo el mes que se vaya secando, hasta quedarse blanca. Yo tengo mucho cuidado para no estropear el cogollo de dentro, que es lo que echa los hijos. Utilizo unas tijeras y así la palma no se estropea. La planta está al año siguiente llena de hijos, porque lo que hago prácticamente es una poda. Una vez la palma está seca, de color blanco, hay que humedecerla para trabajar con ella. Yo la introduzco en un cubo de agua y la saco inmediatamente, para que esté suave. La cuerda para atar las palmas puede ser hecha con las mismas palmas, aunque ahora yo utilizo unos rollos de cuerda conocido como rafia, que se utilizan para las sillas de enea.

Y con esa táctica confeccionas todos los objetos y algunos más, ¿no?
—Fíjate. Yo lo que no hago es animalitos. Hay quien hace burritos con serones, lagartos. Yo no. Lo mío son las capachas, bolsos de mano para las muchachas, unos con cremalleras, otros con solapas, etcétera.

La verdad, José, es que te has convertido en un maestro de artesanos. Y sin saber nada antes de jubilarte.
—Ya ves. Yo era transportista, como dije antes. Pero he vivido en el campo y conozco todos los trabajos. Yo me crié en el campo y desde chico trabajaba. Recuerdo que mi padre trabajaba en un cortijo y le daban diez pesetas diarias si llenaba a un niño para trabajar también. Mi padre me llevó a mí y yo guardaba cochinos y hacía otras faenillas, aunque recuerdo también que me entretenía mucho, que jugaba mucho. Pero luego a mi padre lo contrataron para arrancar palmas para una fábrica que había en Medina Sidonia. Recuerdo que mi padre hacía unos rollos que liaba con mucha maña, utilizando un palo central. Ahora me alegro mucho de haber aprendido, de haber heredado este arte de mi suegro.

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