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Jueves 14/11/2024
 

Arcos

Helados Galiana

"... una saga levantina, ya tan arcense como ustedes y como yo, que tiene un sitio en nuestros corazones y en nuestra memoria con sus productos veraniegos..."

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La misma sensación de plenitud, de tiempo vivido, que operó en Proust la magdalena que le evocaba a aquellas magdalenas de su infancia, operó en mí el otro día el helado que de su mano me ofreció Mercedes Galiana en la reinauguración de su heladería, allá abajo, frente a nuestro Paseo.
Hay sabores, colores, voces, que están incrustados en nuestra memoria y basta que se actualicen para que nos revivan momentos ya idos, infancias pasadas. Los Galiana llevan sesenta años endulzando los veranos de los arcences y por tanto mi infancia tiene el sabor de sus helados, o de las granizadas que nos tomábamos inmediatamente antes de entrar en la sesión infantil del “Imperial Cinema”.

No estamos hablando aquí de la reinauguración de un negocio. Estamos hablando de una familia, de una saga levantina, ya tan arcense como ustedes y como yo, que tiene un sitio en nuestros corazones y en nuestra memoria porque con sus productos veraniegos han creado y siguen creando un microclima sentimental, un sabroso y refrescante espacio de nuestra memoria común en donde cabe todo el tiempo perdido, todo el proustiano tiempo perdido que buscamos en algo tan simple como el sabor de una magdalena, o de un helado de fresa que, de pronto, nos sabe a las fresas de la infancia, y nos devuelve a la niñez, a las películas de Tarzán o a los primeros paseos en el Paseo, bajo las temblorosas palmeras.

Gracias, Galiana, Gracias, Mercedes, Ricardo, gracias a todos por vuestra labor que como digo excede ya de un simple negocio familiar. Lo vuestro es un libro de sabores, un oasis de frescor y memoria para los calurosos veranos de nuestra vida. Sin vosotros, sin vuestros helados, la historia de este pueblo nuestro sería otra, más pobre, más triste, menos sabrosa. Yo me recuerdo, me recordé el otro día a mi mismo, en la reinauguración, como un niño tímido que se alzaba de puntillas en el mostrador para pedir un helado. Y luego, con los labios y la lengua llenas de sabor, entrar en el cine a aplaudir  al Séptimo de Caballería. Si eso no era el paraíso que venga alguien y me lo explique.

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