Dos símbolos de la independencia de la India, la bandera tricolor y el tradicional "topi" o gorro gandhiano, han vuelto a las calles de Nueva Delhi a raíz de las mayores protestas en décadas contra la corrupción en este país.
En la explanada delhí de Ramlila, donde el activista septuagenario Anna Hazare lleva nueve días en ayuno para lograr una ley anticorrupción, los vendedores ambulantes se afanan en la venta de mercaderías con el naranja, blanco y verde de la bandera india.
Y hay un puesto "oficial" donde los voluntarios de Hazare venden diariamente, dicen ellos, unas 500 camisetas y unos 4.000 topis, el histórico gorro parecido a una barca de papel que Gandhi generalizó durante la independencia y que los indios guardaban en el armario.
Por diez dólares, puede uno convertirse en el perfecto seguidor, equipado con muñequera, chapa, camiseta, bandera india con mástil de bambú, guirnalda, banda con la enseña "Amo a mi India", pegatina con forma de corazón, medallón de papel y hasta careta de Anna Hazare.
Como suele suceder en las protestas indias, los más atrevidos han dado rienda suelta a la creatividad: hay quien acude semidesnudo y con el cuerpo embadurnado con los colores de la bandera nacional, y personas algo estrafalarias disfrazadas de "Mahatma" Gandhi.
"No tenemos miedo ni del monzón ni el fuego. Vamos a estar con Anna y su mensaje de verdad, paz y 'ahimsa' (no-violencia). Ganaremos. ¡Viva la madre patria!", clamó Manchand Anand, un exmilitar con gafas, cayado y "dhoti", el calzón gandhiano.
La particular cruzada de Hazare, otro antiguo militar reciclado en activista, ha traído a la India los recurrentes cánticos que solían emplear los líderes de la lucha por la independencia, obtenida de manos del Imperio Británico en el año 1947.
Su lucha, dicen los expertos, supone un reavivamiento del mensaje gandhiano, poco presente en la política india pero muy potente en el ámbito del activismo social, y se nutre del creciente hartazgo de las clases medias ante la corrupción, mal endémico del país.
"Este movimiento de protesta es único en su carácter no violento. Y es un punto de inflexión en nuestra historia", asegura con un consultor indio venido desde Singapur, Rajen Makhijani, que pide derecho "para castigar a los corruptos".
Pero el movimiento también ha concitado desconfianza, en parte por haber recibido el apoyo de organizaciones radicales hindúes, y en parte entre quienes censuran lo que consideran, pese a lo modesto de su objetivo, un intento por dejar de lado la Constitución india.
"Hace falta una ley fuerte, pero el proyecto de Hazare podría debilitar la Constitución. Y no practica la no-violencia, porque ayunar también es una forma de violencia, contra uno mismo", explica Udit Raj, uno de los máximos líderes de las castas bajas.
Hazare, tumbado en posición de maja goyesca en un escenario mientras a su lado hay actos musicales y discursos, no ha hecho ascos a la compañía de santones como Ramdev y Sri Sri Ravi Shankar, y tampoco a la activistas famosos, como la expolicía Kiran Bedi.
"Lo que deben hacer nuestros críticos es venir aquí a Ramlila y verlo", comentó una Bedi extenuada y consultando una tableta detrás del escenario, tras hacer ondear una bandera india durante un rato en el estrado, bajo un brutal chaparrón monzónico.
Bedi y sus colegas descansan en una zona de acceso muy restringido, donde la organización ha improvisado dos salas de reunión y donde hay aparcada una ambulancia lista para atender a Hazare en caso de que se produzca un deterioro de su salud.
Frente al gandhiano, que según una encargada de prensa del movimiento "vive en el escenario", hay una multitud en la que se apelotonan tanto aldeanos que lo vitorean como estudiantes que aparecen tras el cole con sus mochilas.
"Hay problemas en colegios y universidades. Tenemos que pagar sobornos para matricularnos, tenemos que pagar de más para obtener lo que queremos", denunció la estudiante Vandana Ramola, con una bandera india pintada en la mejilla.
En un plano legal, los seguidores de Hazare y el Gobierno han iniciado contactos para llegar a un acuerdo que, según la prensa india, parece pendiente de los últimos flecos, aunque el veterano activista ha dicho que no parará hasta conseguir su objetivo.
Mientras los partidos se afanan en desactivar el sorpresivo órdago de Hazare y los medios comienzan a preguntarse qué pasará con el movimiento si se alcanza un acuerdo, la Policía forma en batallones en Ramlila y permanece "tranquila y a la expectativa".
En junio, la fuerzas del orden desalojaron por la fuerza de Ramlila -situado frente al edificio del parqué bursátil de Delhi-, al yogui Ramdev y sus seguidores, que también protestaban contra la corrupción, pero esta vez parece distinto.
"Aquí soy neutral, llevo uniforme . Pero cuando me lo quito en casa , el caso es que me gusta Anna Hazare", confió uno de los oficiales al mando de las fuerzas de seguridad en la explanada donde tiene lugar la protesta del activista.