La figura de Mario Maya es una de las más señeras de la cultura flamenca andaluza en el plano de la coreografía y las artes escénicas. Su irrupción, en una época en la que España tenía las libertades secuestradas, supuso un aliento fresco y revolucionario, a través de ese ideario de emancipación que contenían sus propuestas. A través de los años, la figura de Maya será cada vez más valorada, por un público que, en número creciente, se irá acercando al legado de este genio como quien lo hizo en su día con otros grandes maestros desaparecidos. La creación de alguien como Mario Maya, que ha aportado piezas tan admiradas como ese impagable Camelamos naquerar, entre otras, no debe pasar de noche por el recuerdo de los aficionados y el mundo de la cultura.
Septiembre está aún demasiado cerca como para que nos hayamos olvidado del fallecimiento del artista del Sacromonte. A seis meses de distancia, un homenaje en una tierra a la que tanto quería como Jerez –y era recíproco: Jerez a él también– tenía visos de ser una noche de emociones, sin sensacionalismos que al propio maestro homenajeado hubiesen molestado, pero sí con la justa expresión de sentimientos, sin hipérboles: toíto en su justa medía.
En cuanto a la valoración en sí del Homenaje a Mario Maya, caben reseñarse aspectos como el del inicio un tanto dubitativo, con números de baile coreografiados de la compañía. Pero aparece Belén Maya, su hija, para hacer una seguiriya a continuación, mejorando el ambiente que predominaba hasta esos instantes en las butacas. A partir de aquí remonta la expectación y ya el público presta sus sentidos a los siguientes números sabiendo que la esencia de Mario Maya estaba flotando en el imaginario de la concurrencia.
Isabel Bayón hizo, tal vez, el mejor número de la velada, acometiendo unos jaleos. La sevillana puso todo de su parte para que su granito de arena quedase en esta noche de recuerdo al gran maestro.
Hay una obra clave en la historia de Maya y de la Andalucía jonda, como es el Camelamos naquerar, en la que sin palabras hay una denuncia implícita harto elocuente de la situación secular del pueblo español, aherrojado a una dictadura de 40 años, así como una reivindicación de libertad para los gitanos en particular, sometidos por todas las infames testas coronadas de la Historia.
El gitano que baila intentado zafarse de la opresión a la que lo tienen sometidos otros dos, cada uno agarrándolo por una mano, fue en los setenta el símbolo más evidente de que muchas cosas debían cambiar y que el flamenco podía ser vehículo de transmisión de una nueva corriente de pensamiento liberador.
Manuel Betanzos y Manuel Liñán también lucieron en el homenaje, pero, sobre todo, la despedida con Diego Llori y Juan Andrés Maya, en el momento en que se interpretaba la escena más dramática de la noche, la del Diálogo del Amargo, tuvo la intensidad y el sello caracterísitico que en su día le imprimió Mario Maya, un genio de la cultura flamenca, que ayer recibió su merecedio homenaje en la jornada de clausura del XIII Festival de Jerez.