El coronavirus deja ya más de 1.500 casos de contagio en España, y en el momento en el que es escribe este texto, ya han fallecido 35 personas en nuestro país y otras 32 se han recuperado.
Se han tomado medidas urgentes como el cierre de colegios en algunas zonas del país como en Madrid y se ha decidido que todo el deporte español se juegue sin público, ya que el objetivo es contener el virus y detectar el mayor número de casos positivos, aunque para ello se hagan centenares de pruebas que den resultado negativo, como le ocurrió a nuestra siguiente protagonista.
El pasado lunes, Cristina, una joven arquitecta natural de Puerto Real pero que vive en Sevilla, comenzó a encontrarse mal debido a un dolor de garganta, aunque el martes fue a trabajar, pero se tuvo que volver a casa ya que “tenía muy mal cuerpo”.
En la tarde del martes fue al ambulatorio y le contó a su médica los síntomas que padecía, y “me mandó ibuprofeno y paracetamol”. Sin embargo, con el paso de los días “empecé a encontrarme peor”.
“En la madrugada del jueves al viernes no dormí nada, tenía 39 de fiebre y mucha tos”, comenta Cristina, quien señala que “me fui otra vez al ambulatorio a las seis de la mañana”. Tras esperar un par de horas a que abriera el centro médico, vio que la situación allí era completamente distinta al del pasado martes, ya que “todos los administrativos estaban usando ya mascarillas, antisépticos y en la entrada había una mesa en la que preguntaban a todo el mundo que entraba si tenía fiebre”.
“Yo solo quería que me recentaran un jarabe para la tos e irme a dormir a mi casa”.
La médica de cabecera volvió a ver a Cristina el viernes y la mandó a otro centro médico a que se hiciera una radiografía de tórax, y tras enseñársela, le dijo “que me esperara” y “me dejaron allí sola unos 15-20 minutos”.
“Cuando llega la médica me dice que tengo una neumonía clarísima” y que “tras hablar con la directora del ambulatorio y con la situación actual, tenían que activar el protocolo por posible caso de coronavirus”.
“Me avisaron que iba a ver a todo el mundo con unas gafas como de buzo, con unas máscaras y con guantes hasta los codos, que en definitiva todo iba a ser muy exagerado, pero que estuviera tranquila”, comenta.
Cristina estaba tranquila en todo momento debido a que no había viajado en los últimos 14 días a una zona de riesgo, ni tampoco había tenido contacto con alguien que lo hubiera hecho. Aunque una de las veces que le preguntaron recordó que su jefe en la Universidad también daba clases en Venecia, que viajaba constantemente y en los últimos días había tenido contacto con él.
La metieron en una sala en el propio ambulatorio en la que había un cartel en el que se podía leer: “sospecha por coronavirus”.
“Me comentaron que vendría una ambulancia especial para el traslado al Virgen del Rocío”, pero “tenía que esperar casi tres horas” por lo que “me dieron la opción de que me fuera junto a mi pareja al hospital”.
“Nos dieron un papel que tenía que entregar nada más llegar al hospital. Su novio, que había salido del trabajo para poder estar con ella, recibió también una mascarilla y todo lo necesario para evitar un posible contagio, y se fueron al hospital.
Al llegar al Virgen del Rocío “nos recibió una doctora especialista en aislamiento y que venía vestida con las gafas que parecían de buzo, los guantes, mascarillas, etc.”.
En ese momento “me meten en una sala y no paraban de repetirme que no me quitara la mascarilla”.
A Cristina y a su novio les dijeron que tenían que despedirse, que tenían que hacerle las pruebas pertinentes y que en caso de dar positivo se quedaría ingresada unos quince días y que no podría recibir visitas. “Solo en ese momento estuve un poco asustada, aunque no estaba preocupada porque sabía que daría negativo”.
La subieron a su habitación, pero durante el trayecto “se colocó un seguridad cinco metros por delante mía y otro cinco metros por detrás, y la doctora iba a mi lado”.
“El seguridad que iba por delante no paraba de decirle a la gente que se apartan, que se fueran por un determinado pasillo... todo un show”.
Al llegar a su habitación a Cristina le tomaron muestras para hacerle las pruebas. “Me sacaron sangre, me tomaron muestras de secreciones nasales, bucales, también de orina y de esputo”.
Durante toda la tarde solo entraron dos veces en la habitación, “para darme la comida y la merienda”.
Tras una tarde “bastante aburrida, no sé que habría hecho sin mi móvil”, pasadas las nueve y media de la noche, en la habitación de Cristina entraron dos enfermeras vestidas con “su uniforme normal y me dijeron que las pruebas habían dado negativo y que me podía ir a casa”.
“Me comentaron que tenía una neumonía vírica”. Al poco tiempo vino un médico, le pusieron un tratamiento para la neumonía, y finalmente Cristina pudo irse a su casa a dormir, lo que siempre quiso.