Soy más de recapacitar para marcarme los retos del año en el mes de la vendimia que en el de las uvas en Sol. Eso sí, asumo como tradicional y necesario el objetivo de bajar el ritmo de la excesiva ingesta de alimentos y líquidos de estos días, que se acompaña con las excesivas y necesarias muestras de cariño, sobre todo de los están lejos, y nos dan la alegría de volver para achucharnos en la época más tierna del año.
Dejando a un lado esa obligada contención post navideña, sí dedico el mes de enero para la evaluación de esos buenos propósitos de septiembre. Me recuerda con ciertas nostalgia aquellos maravillosos boletines que nos regalaba la EGB, que sin traumatizar a nadie, nos calificaban con número y evaluaban nuestra actitud con un comentario personal, del NM al PM -no se asusten- progresa adecuadamente.
En España la asignatura “política” ha obtenido un muy deficiente. Y es que la falta de ética se ha apoderado de la actividad política en estos últimos meses: El discurso de la mentira no puede ser el que guíe los pasos de nuestro país. El engaño como estrategia habitual, no sólo va en detrimento de quien la practica, sino de la propia institución, que en este caso es nuestro Estado de Derecho. La falta de compromiso con la norma que nos ha dado cobijo y tranquilidad durante 45 años no puede tener cabida en un sistema democrático que ha pasado de maduro a inestable.Y reflejo de ello es la preocupación de toda la sociedad española, que ha salido en masa a las calles, que han emitido comunicados públicos como los jueces, fiscales, procuradores, periodistas, asociaciones empresariales, sindicatos, universidades, estamentos europeos… es el reflejo de que hay algo que falla en la política española.
No, no hay excusa que valga, ni slogan, ni giro estilístico, ni prismas multicolor que consiga pasar la mentira a cambio de opinión. No hay fin que justifique debilitar nuestro sistema de libertades. No debemos aceptarlo en nuestro día a día y no podemos aceptarlo en quienes nos dirigen o tienen la intención de hacerlo.
Junto a la falta de ética, de escrúpulos, de líneas rojas, se suma una nueva derivada que lo hace si cabe más desesperanzador, la falta de estética. Se ha borrado la necesidad de buscar la armonía que debería existir también, en el arte de la política. Tenemos valiosas herramientas que nos ayudan a dibujar esa proporción justa: la educación, el respeto, la diplomacia, la empatía, la oratoria, el protocolo… herramientas que han librado al mundo de infinidad de posibles errores humanos.
La estética en política es entender que el respeto por el bien común ha de ser el fin último, el respeto a las instituciones, a la separación de poderes, es sagrado y el respeto a la oposición, merecido, ya que es el respeto a quienes le dieron su apoyo. Aún resuenan en mi cabeza el eco de la risa del presidente en su discurso de investidura. No sólo fue una burla al jefe de la oposición, ni siquiera a los más ocho millones de españoles que dieron la confianza al líder gallego. Era una mofa a nuestro propio sistema. Una broma pesada colofón de los pactos para conformar su gobierno con unos socios con los que prometió - él y el resto de su ejecutivo- no pactar nunca, porque bien sabía el altísimo precio que deberíamos pagar. Nunca un sillón fue tan caro, pagado con el altísimo precio de la generosidad y valentía de quienes consiguieron regalarnos una Constitución donde nuestro país creciera en paz y libertad, dejando a un lado las titánicas diferencias y sentimientos que los separaban.
Un pago a plazos cuyos recibos irán llegando mes a mes. En diciembre Bildu ha girado el suyo con la Alcaldía de Pamplona. Una injusta moción de censura, que ha vuelto a sacar a los españoles a la calle. Y una nueva falta de estética ante la sordera del gobierno y un alcalde in pectore que salía por la puerta del Ayuntamiento, como Morante lo hiciera por la puerta del Príncipe de la Maestranza en la pasada temporada.
Spinoza argumentaba en su “estética” sobre la libertad humana que era la razón para la búsqueda de la virtud, con la auropreservación. Reencontrémonos con las virtudes que nos dejaron los padres constituyentes. En el fondo y en la forma.
Que no sea un propósito sino una obligación para todos los que tenemos el honor de dedicarnos al bello arte de la política: para este 2024, más ética y más estética.