Nació en el estado de Nueva York un 9 de diciembre de 1916 y fue bautizado como Issur Danielovitch Demsky. Único hijo varón de una pareja de campesinos judíos emigrados desde Rusia, tuvo que trabajar desde muy joven para ayudar a su familia, aunque nunca abandonó los estudios y siempre mostró un decidido interés por el mundo del teatro y la interpretación. Su objetivo era subirse a un escenario de Broadway, y lo logró en 1941, en cuyo cartel figuraba ya con su nombre artístico: Kirk Douglas; y tras la guerra le llegaría su debut en el cine, junto a Barbara Stanwyck en
El extraño amor de Martha Ivers.
Este lunes cumple 103 años. Es, de hecho, junto con Olivia de Havilland, el último representante vivo del Hollywood clásico y una de las legendarias estrellas que han forjado una parte importante de nuestro vínculo emocional con el cine a través de una carrera que se ha prolongado más allá del medio siglo y en la que ha dado vida a personajes inolvidables, desde el esclavo Espartaco a Vicent Van Gogh, pasando por el entregado director de cine de
Cautivos del mal o por el mítico Doc Holliday de
Duelo de titanes, sin olvidar al oficial francés de
Senderos de gloria, al codicioso bandido de
El día de los tramposos, al periodista sin escrúpulos de
El gran carnaval, al adúltero de
Un extraño en mi vida, o al alto mando de
Siete días de mayo.
Hizo películas en casi todos los géneros, encarnó a buenos (
La pradera sin ley) y malos (
Los vikingos) y trabajó con los más grandes: Jacques Tourneur, Raoul Walsh, Billy Wilder, William Wyler, Vincente Minelli, Richard Fleisher, Robert Aldrich, John M. Stahl, Manckiewicz, Howard Hawks, John Sturges, Stanley Kubrick y Elia Kazan. Incluso creó su propia productora, Bryna -en memoria de su madre-, con la que se embarcó en producciones arriesgadas y con la que tomó decisiones delicadas, como la de contratar al guionista Dalton Trumbo y poner su nombre en los créditos de
Espartaco.
A partir de los 80 se fue retirando de los rodajes, aunque todavía conservó fuerzas para repetir junto a otro mítico, Burt Lancaster, en
Otra ciudad, otra ley, todo un guiño a sus hazañas del pasado como gangsters de la tercera edad.
Ahora toca felicitarle, pero sobre todo darle las gracias por tantos momentos inolvidables.