Este pasado miércoles, 29 de mayo de 2024, daba inicio una nueva edición de la Feria de El Colorado con el tradicional encendido del Alumbrado Extraordinario. Pero el acto más destacable de la jornada inaugural tuvo lugar en la Caseta Municipal con la celebración de la VI Gala de Reconocimiento a personalidades destacadas de El Colorado. Manuel Brenes Ramírez y María Trujillo Aragón fueron galardonados por sus excelentes expedientes académicos, mientras que Pepi Madero Ruiz recibió un reconocimiento por su labor solidaria, y José Sánchez Barrera fue honrado en la categoría del Mayor.
Pepi Madero Ruiz es un huracán, una fuerza de la naturaleza, una mujer que es toda pasión y sentimientos. Quedamos con ella y llega acelerada, nerviosa y con una sonrisa que delata ese espíritu “kamikaze” con el que se enfrenta a la vida.
Nació en El Colorado. Su madre era natural de Naveros, en Vejer, y se casó muy joven con Antonio Madero, “un hombre al que conocía todo el mundo”, dedicado a la compra-venta de frutas y verduras.
“Lo mejor que le pueda pasar a un niño o a una niña es haber podido disfrutar de la infancia en un sitio como El Colorado. Recuerdo que fue una etapa maravillosa. Íbamos andando al colegio, solas, sin miedo… por la carretera apenas pasaba el coche de la hora”, recuerda con nostalgia Pepi… “ahora ha cambiado mucho, es diferente… ya no puedes dejar a los niños solos”, aún así, “esto es un paraíso. He criado a mis dos hijos aquí”, José Alonso, técnico frigorista y “mi muñeco, mi pasión”, y Elena Pérez, diseñadora gráfica y publicista, pero sobre todo “una artista. Es escultora y ha expuesto sus obras por toda España e incluso en Suiza. En Salones Manga. Desde pequeña moldeaba lo que sea con un trozo de plastilina”.
“El que me soporta”
Su marido, Alonso, “es el que me soporta. Ahora está jubilado, pero ha sido delineante y encargado de obras, muchas de ellas de Vías y Construcciones del grupo ACS de Florentino Pérez”… “Sí”, corrobora Francisco Herrera, Paco, párroco de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima del Colorado desde hace doce años y que quiere “beatificar” a Alonso… “porque sin duda es el que la soporta”.
Alonso, aunque nació en Barbate, se fue a vivir con su madre y su tía a Conil. Y es que su padre, el suegro de Pepi, era uno de los 39 marineros que fallecieron tras el naufragio y hundimiento del pesquero Joven Alonso en diciembre de 1960… Una tragedia muy presente aún en Barbate pero no tanto en Conil… “por eso quiero hablar con el Ayuntamiento para que se les haga un homenaje a los marineros de Conil que perdieron la vida ese día… ya sea con una placa o con una calle en el Barrio de los Pescadores donde aún viven muchos de sus familiares”.
Pepi y Alonso se conocieron en uno de esos bailes de verano al que acudió Pepi junto a sus amigas… “yo tenía 13 años y él era un asaltacuna (se ríe a carcajadas)… Alonso (seis años mayor) estudiaba el Picacho (Sanlúcar) y en vacaciones se venía a Conil con su madre y su tía… Y así nos conocimos”. Cuatro décadas después, “adoro a mi marido”.
Por aquella época “estudiaba en el colegio de El Colorado, que estaba donde hoy está el Consultorio y donde está el DCCU eran las casas de los profesores, Isidro y Carmen, a la que yo le cuidaba el bebé…”, rememora Pepi, una alumna “conflictiva”… ¿Conflictiva?, Imposible… “Bueno, no. Lo que pasaba era que detrás de donde hoy está la Parroquia vivía Carmen, una mujer de etnia gitana que tenía gallinas y para desayunar hacía un trueque. Ella le daba huevos a Antoñito Olmedo (que tenía una tienda donde hoy está Trébol), y éste a cambio le daba leche. Ella cruzaba la carretera con los huevos y arrastrando sus gallinas, a las que metía una caja que ella jalaba. Y claro, durante el recreo me iba para llevar yo los huevos a la tienda y la leche a la vuelta… pero cada vez que veían que no estaba en el patio, Carmen me castigaba y luego se lo decía a mis padres…”. Pues eso, de conflictiva nada, en todo caso traviesa pero sobre todo, desde chica, Pepi demostraba ser una de esas persona que se deja llevar por lo que le dicta el corazón y que no duda en ayudar a los demás.
A los 17 “me dieron la emancipación y me casé. Nos casó José C. Hernández, El Pistolita. Al año tuvo a mi hijo José Alonso, lo más bonito que he tenido en mi vida. Era mi juguete. Jugaba con él como con un muñeco. Habilité un cuartito, una estancia en casa de mis padres y allí nos fuimos a vivir. Era un chozo que llené de plantas…”. Y es que la botánica es una de sus grandes pasiones… “las plantas son mi perdición desde que era pequeña”, comenta mientras nos muestra un tatuaje que luce en el antebrazo… “en mi casa tengo tantas plantas que apenas puedes moverte”, y entre las plantas, su gran amor son las orquídeas, que ella misma cultiva… “tengo orquídeas de todos los países”.
Una casita de orquídeas
Paramos la conversación y nos adentramos en su página de Facebook, la cual está repleta de fotografías de su impresionante jardín botánico. Orquídeas, suculentas, plantas aéreas, begonias, cuernos de arces sobre troncos, flores de Rosario “que cuando maduran tienen las mismas cuentas”, plumarias, bromelias, tillandsias, cactus, e incluso plantas carnívoras, cocos, un moral y un limonero que crecen en macetas… un edén, una esquina del paraíso más colorido en la tierra, un extraordinario vergel regado por el entusiasmo y fervor de una mujer que mima cada planta con una inaudita paciencia y tesón, regulando las temperaturas, creando microclimas, investigando cada especie con el objetivo de crear el ambiente ideal para que crezcan y florezcan en perfecta armonía y para deleite de las observe.
Cariño y delicadeza… Y pasión. “Mi sueño era tener una casita para las orquídeas y mi marido me la construyó”. Una pasión a la que le dedica horas y horas, tanto en el cuidado como en el estudio de forma totalmente autodidacta, con lo que el mérito, ya enorme, es aún mayor.
Volvamos a sus primeros años de matrimonio. Seis después de nacer su primer hijo, llegó Elena, “mi vida”… y a partir de ahí ejerció de madre y esposa, dejándose la piel y el alma como en cada cosa que hace.
Cáritas, una luz en su camino
Pero la vida no es un camino de rosas… y tras fallecer su padre y con los hijos en proceso de emanciparse y el consiguiente síndrome del nido vacío, una tormenta se adentró en su día a día… Una depresión que la llevó a irse todos los días a la puerta de la parroquia a sentarse y llorar… “Estaba muy mal. Estaba hundida. Tenía la autoestima y la moral por los suelos. No tenía confianza en mí y no paraba de llorar y llorar”.
Allí, en la puerta de la parroquia, se le acercó un rayo de luz… Rafaela García, Rafi… en aquellos años presidenta de Cáritas. “Me preguntó que qué hacía ahí sentada… hablé con ella y me dijo que tú lo que vas a hacer es venirte a Cáritas conmigo y si ves que no puedes, pues nada, lo dejas y listo”. Y así, poco a poco, tras la tormenta se vislumbraba la calma.
Ya en Cáritas, Pepi reconoce que “al principio me costó mucho. Las historias que iba conociendo, los dramas familiares, el sufrimiento de muchas personas, me afectaban y todas las noches, al llegar a casa, me ponía a llorar… pero mientras ayuda, mientras ponía mi granito de arena, no pensaba en lo mío y me di cuenta de que había gente que realmente lo estaba pasando muy mal, mientras que en realidad yo tenía una buena vida, una buena familia y un buen marido, así que empecé a apreciar lo que tenía y agradecer a dios lo que me daba. Pero sí, me costó mucho y lloré mucho, tanto que Paco (el párroco) me reñía… Él me ha reñido más que mis padres”.
Su relación con Paco es muy estrecha y está basada en el cariño mutuo… “por eso no quiero que se vaya (lleva ya doce años como párroco en El Colorado y está pendiente de confirmar nuevo destino, aunque aún no esté claro). Él confía en nosotras… en María del Mar, en Charito, en Ana, en Sole…”, compañeras suyas en Cáritas que “se merecen el reconocimiento” que este miércoles se le hizo a Pepi por su labor solidaria. “No somos compañeras, somos familia, nos ayudamos entre nosotras, somos una comunidad”, y desde hace prácticamente doce años en pasado momentos felices y otros no tanto, como las consecuencias de la crisis económica de la primera década de este siglo y por supuesto, la pandemia de la Covid.
De forma casi paralela, Pepi comenzó a trabajar en el Parque de Bomberos ubicado en El Colorado… “oficialmente soy limpiadora, pero hago de todo… me acogieron de maravilla”. La forma en la que entró a formar parte del parque es otro ejemplo de cómo es Pepi y de su pasión por ayudar a los demás.
En Cáritas conoció a Soraya, una mujer de origen magrebí que trabaja, a través de Cruz Roja, en la empresa concesionaria del servicio de limpieza del Parque de Bomberos. Cayó enferma y le rogó en numerosas ocasiones que por favor le cubriese la baja porque confiaba en ella. Pasado un tiempo, en el que la llevaba a Oncología, y tras hablar con su jefe, Pepi aceptó realizar la labor de Soraya mientras durase la baja… En el Parque “me acogieron muy bien y estuve dos años cuando le dieron el alta a Soraya, aunque en verdad no deberían habérsela dado porque no estaba en condiciones de limpiar cristales. A los siete meses se puso muy malita” y Pepi estuvo con ella hasta el final e incluso ayudó en los trámites para su sepultura.
Al mismo tiempo, desde el Parque de Bomberos se pusieron en contacto con ella para que se quedara y así fue. Y es que Pepi no pasa jamás desapercibida y aún menos la pasión con la que encara cada faceta de su vida.
Sus compañeras y el párroco
Para Pepi “Cáritas lo es todo para mí, es un trocito de cielo. Ves sufrimiento, sí, pero también mucha bondad y gente maravillosa. Además, aportas tu granito de arena para ayudar a muchas personas y eso te reconforta”.
Desde Cáritas, además de dar alimentos, “atendemos sus problemas”, siendo su debilidad los niños… “veo un juguete y visualizo al que se lo voy a dar”. Alimentos (provenientes del Banco de Alimentos de Cádiz y comprados con recursos propios), apoyo, cursos formativos, orientación laboral, búsqueda de empleo, forman parte de la labor diaria que se realiza desde Cáritas, que cuenta con una trabajadora social que acude a la sede todos los jueves.
Una organización abierta a todo aquel que requiera de su ayuda… no se mira raza, ni religión, solo estar empadronado y cumplir unos requisitos para evitar engaños… “que ocurren, pero mi lema es que prefiero que me engañen un día, porque luego nos damos cuenta, que quedarme con la duda de no haber dado alimentos y ayuda a alguien que se lo necesite”.
“Aquí todo el mundo es bienvenido y es bien recibido”, señala Pepi a quien le preguntamos por el reconocimiento… “Estoy muy agradecida. Me ha costado mucho trabajo decir que sí. Estoy abrumada porque pienso sinceramente que no me lo merezco. Creo que es un reconocimiento para todas mis compañeras y para Paco. ¿Por qué me tengo que llevar un premio por ayudar a alguien?”… Aún así, “el premio es para todo el equipo con María del Mar a la cabeza y para Paco que es alguien muy especial para mí”.
Con esa pregunta cerramos la entrevista, en la que nos hemos reído y en la que también se ha llorado. Me alejo de la sede de Cáritas feliz de haber conocido a una persona tan especial como Pepi Madero, feliz de que forme parte de este mundo, feliz por su espíritu comunitario y feliz por traerme al teclado del ordenador una pizca de esa pasión kamikaze que se refleja en cada cosa que emprende o hace… ya sea ejercer de ángel de la guarda de los más pequeños de El Colorado, ya sea cuidar con salvaje cariño y tesón un jardín de orquídeas.
Orquídeas que como decía Guy de Maupassant, escritor y poeta naturalista francés, son “seres prodigiosos, inverosímiles, hijos de la tierra sagrada, del aire impalpable, de la cálida luz”… es decir, una definición que le viene como anillo al dedo a Pepi Madero Ruiz.