Que Unai Emery seguirá siendo el entrenador del Sevilla parece más que una evidencia. Ambos, tanto club como técnico, se han declarado amor eterno en enésimas ocasiones, pero la eternidad es un término que no conjuga demasiado bien en el mundo del balompié.
Lógicamente, hoy por hoy nadie discute que la continuidad del de Hondarribia es esencial para seguir forjando al Sevilla del presente y del futuro. Y es que, además, Monchi y José Castro han encontrado en éste a su mejor mentor para continuar con la línea maestra tanto deportiva como económica. Pero no todo el monte es orégano y menos cuando todo parece salir a la perfección. Es ahora cuando Emery tiene la sartén por el mango, la sartén de una renovación que dependerá de muchos factores, siendo el principal, como casi todo en el fútbol, el económico.
Emery, que tiene contrato en la actualidad por esta temporada y por una más, tiene sobre la mesa la posibilidad de aumentar su estancia en la capital andaluza al menos hasta 2017, además de una mejora sustancial de sus emolumentos.
Así y con todo, sumado al agrado del técnico con el club de Eduardo Dato y sus recientes éxitos, aún no ha sido capaz de darle el “sí quiero”. Es más, tras varios mensajes directos de Castro y Monchi en los que se leía el acuerdo casi total para que el vasco certificara su ampliación, éste por el contrario restó hierro al asunto el pasado martes tras el triunfo ante el Levante. “El club me ha llamado para sentarnos a hablar con la idea de certificar ese año y ampliar uno más, pero eso lo dejamos de momento y hemos decidido esperar”, decía en Cope.
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El mensaje de Emery, sin ser alarmante, tampoco tranquiliza ni a la entidad ni al propio aficionado, más aún tras experiencias pasadas como en el caso de Rakitic. Y es que a Unai llevan tiempo tentándole desde la Serie A italiana con cantos de sirenas que a cualquiera les gustaría oír. Clubes como el Milan o la Roma tienen anotado en sus respectivas agendas el nombre del técnico sevillista de cara a la próxima temporada y en esto del fútbol ya se sabe que nunca se puede ni debe elevar nada a definitivo.