La trascendencia de los goles del argentino Diego Armando Maradona contra Inglaterra en el Mundial de 1986 no se entendería sin el conflicto de las Malvinas de fondo.
También la victoria de la URSS de Sergei Belov en baloncesto en los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972 frente a la poderosa EE.UU., o la revancha estadounidense en hockey hielo en Lake Placid en 1980, guardan un irremediable perfume a propaganda y Guerra Fría.
Sin conflictos bélicos de por medio, ni patentes ni latentes, y salvando las distancias con aquellas instantáneas de un mundo que ya no existe, algo de esa fragancia deportivo-política se ha respirado también en la final de esta Eurocopa.
El duelo futbolístico entre Italia, uno de los países fundadores de la Unión Europea, e Inglaterra, que como parte del Reino Unido abandonó en febrero de 2020 la UE con el Brexit, se ha utilizado como vehículo para construir y reforzar la identidad inglesa, pero también la europea, circunstancia raramente explotada a nivel comunitario.
El apoyo de Bruselas a Italia ha sido explícito y rotundo, más allá de las palabras de alegría del comisario italiano Paolo Gentiloni, quien destacó que la capital belga este domingo recordaba a Roma más que nunca, y quien tras la victoria transalpina tuiteó: "¡¡¡Italiaaaa!!! Bruselas es maravilloso, todo tricolor. ¡Una alegría loca!".
La presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, había compartido antes del partido una fotografía suya con una camiseta de la selección italiana con su nombre y el dorsal 27, el número de Estados miembros de la UE, y había dicho que cruzaría los dedos para que la Azzurra lograra la copa en una final celebrada en el estadio de gala de Londres.
Su mensaje le sentó mal a Nigel Farage, artífice intelectual del Brexit, quien antes de la final de Wembley declaró que Von der Leyen y su equipo habían "dejado absolutamente claro que quieren que gane Italia, que toda Europa quiere que gane Italia" porque "no pueden soportar la idea de que los británicos tengan éxito tras el Brexit".
Pero el apoyo con más carga simbólica fue el del vicepresidente de la Comisión Europea encargado de la Promoción del Estilo de Vida Europeo, el griego Margaritis Schinas.
"Hermanos de Italia, Hermanos de Europa. Forza Azzurri", escribió en las redes tras la tanda de penaltis.
SÍMBOLOS Y OLIMPIADAS
Además de valores comunes, tratados y una arquitectura legislativa y ejecutiva, la Unión Europea cuenta con una bandera (fondo azul con doce estrellas), un himno (basado en la Oda a la Alegría de Beethoven), una moneda (euro), una capital (Bruselas) y un lema (unidad en la diversidad).
Pero carece de un equipo al que animar colectivamente para reforzar el sentido de ciudadanía europea, pese a que la Comisión Europea reconoce en su documentación oficial que "el apoyo al deporte fomenta la cohesión de la comunidad, aumenta la inclusión social y conduce a un mayor sentido de identidad europea".
Este domingo, Italia -cuya primera equipación coincide con el color azul de la enseña comunitaria- se convirtió en esa selección de la UE. Pero paradójicamente, ese impulso de la identidad europea no tiene visos de reproducirse en dos semanas en los Juegos Olímpicos de Tokio, donde los Veintisiete países de la UE competirán cada uno por su cuenta.
Aunque la suma de medallas de los países de la Unión Europea en Japón llegase a superar los metales de Estados Unidos, la UE no encabezará esa clasificación.
Ni siquiera sería justa la comparación agregada, pues cada país puede presentar generalmente un número máximo de tres deportistas por disciplina por lo que, en teoría, la UE parte con la posibilidad de inscribir a 81 atletas por prueba y Estados Unidos o China sólo a tres.
Y es difícil imaginar que en un futuro cercano los países europeos vayan a renunciar a competir con su bandera nacional, reduciendo así sus opciones de metales y diplomas en la cita olímpica, donde los abanderados en la inauguración lucen sólo la enseña de su país.
Por ahora, la UE tendrá que seguir fiando el desarrollo de su identidad colectiva en los JJOO a gestos simbólicos y esporádicos, como el de la tiradora italiana Elisa Di Francisca, quien al recibir su medalla de plata en florete en Río 2016 sujetó en sus manos una bandera de la Unión.
"Quería mostrar nuestra bandera como un mensaje. Europa existe y está unida. Y sólo estando unidos podemos superar ciertas barreras, ciertos miedos", explicó entonces la deportista, en referencia a los entonces recientes atentados yihadistas en París y Bruselas.