El pasado viernes, en la localidad coruñesa de Ares, asistí a la presentación del libro 21 solamente, de la autora ponferradina Raquel Villanueva. En él se cuenta la historia de Celia, una señora mayor que vive en un centro de mayores, residencia de ancianos o asilo, como quieran ustedes llamarlo, y que no da nada por perdido pese a estar en esa última etapa de su vida. Según se dijo en dicha presentación, el título se basa en una afirmación de los griegos que cifra en 21 gramos el peso del alma. Y, siendo irrelevante la veracidad de la afirmación, muchos pensamientos empezaron a transitar por este hiperactivo melón que tengo por cabeza.
21 gramos dicen que pesa el alma. Una nimiedad, algo que se puede levantar con el filo de una uña. 21 gramos que marcan la distancia entre tender la mano a quien la necesita o espetar un “haber estudiado” con desdén. El peso de un terrón de azúcar es la frontera entre sentirse satisfecho con que nuestros impuestos den acogida y oportunidades a los menos favorecidos, sean nuestros vecinos de toda la vida o recién llegados en patera, o exclamar “primero los de aquí” mientras se agita una bandera o se apoya un discurso que niega ayuda a los de allí y los de aquí. El peso de una pinza de la ropa nos hará abrazar el feminismo y su ausencia seguirá blanqueando a agresores, diciendo que “no es para tanto” o hablando de denuncias falsas. El peso de un bolígrafo dibuja la línea que separa a quienes abogan por la libertad individual y colectiva de todo el mundo o pisotean a los más débiles a golpe de motosierra y viva la libertad, carajo.
Es irónico que el alma pese lo mismo que un paquete de tabaco. Una masa tan banal para un ente incorpóreo, cuya presencia o ausencia nos hace humanos u homínidos, racionales o meros primates, personas con empatía o esclavos del individualismo. Y me viene a la cabeza una paradoja: esos esclavos del individualismo proclaman la libertad mientras la entregan a supropio ego que, a su vez, es dominado por los que enarbolan este discurso. La diferencia entre la libertad plena y una esclavitud bien soterrada en discursos aparentemente libertarios que camuflan un sometimiento del que sólo te salvarían 21 gramos. 21 solamente.
En esos 21 gramos que pueden ser tan insignificantes está la capacidad para entender a los oprimidos por el genocidio en Palestina que algunos todavía blanquean como el “derecho a defenderse” de Israel. Los invasores se victimizan cuando llevan defendiéndose desde 1949 de un ataque que nunca recibieron, siendo auspiciados por el gendarme yankee en la usurpación de un suelo que nunca fue suyo. Los agresores dicen actuar en legítima defensa y, cuando Palestina se defiende, lo llamamos “terrorismo”. Insisto, hay 21 gramos de diferencia entre solidarizarse con el pueblo palestino o defender la barbarie sionista de Netanyahu, irónicamente desde sectores que tienen como referente espiritual a un palestino crucificado.
Y también, como se cuenta en el libro por la parte de Celia y como refiere la autora (que conoce bien lo que es el cuidado de personas dependientes), 21 gramos pesa comprender las carencias que sienten nuestros mayores cuando viven en estos centros y también ponerse en la piel de las plantillas que cuidan de ellos. También es el peso de ver las heridas de esos familiares que, muy a su pesar y por no tener más remedio, internan a sus seres queridos en estos centros. O la ausencia de esos 21 gramos en quienes no asumen esos cuidados porque prefieren quitarse de en medio a ese familiar entrado en años que les estorba. Cuánto cabe en apenas 21 gramos. Sí, 21 solamente...