Ay, Dani Mateo, los tienes cuadrados. Mira que intentar hacer humor usando a la bandera dentro de un sketch. Con el máximo respeto que se le tiene en este país a la bandera y a su simbología.
Porque sonarte la nariz con ella es un crimen, es una ofensa gratuita a los que se sienten orgulloso de ella y de lo que representa. Aunque quien dice esto es un cuerpo que debe actuar con absoluta neutralidad e imparcialidad, y no tiene la potestad de decidir qué es humor, qué no lo es ni cuales son sus límites.
En este país, la bandera es sagrada, intocable. Porque el simple hecho de llevarla en la muñeca te libra de todos tus pecados de malversar fondos, evasión de impuestos y otras mangancias. Es un poder casi místico, que permite esconder las vergüenzas y los crímenes contra lo que, se supone, representa. Que no es un trozo de tierra sino a la gente que vive en ella.
En la rojigüalda se refugian los que piden dossiers secretos e investigaciones a policías corruptos; bajo su sombra y en su nombre se estigmatiza al que no opina como sus presuntos dueños, los que la abanderan, no como un símbolo de unión de todos, sino como un límite, una frontera, una linea que separa a los patriotas de los que no lo son.
No sé si caemos en la cuenta de que cada vez que alguien pide una factura en negro, paga una obra sin IVA, obstruye a la Justicia o mete la mano en la caja, se limpia los mocos con la bandera. En cada ocasión en la que se agrede a un profesor o a un médico, se suena con ella. Cuando alabamos a la picaresca patria, a la inteligencia de aquel que burla a Hacienda, al que va a cobrar el paro con el mono manchado de cemento fresco, nos aseamos las nalgas con ella. Por no hablar de aquellos que, amarrada a un mástil, la usan para agredir al que no piensa como él, al que no bebe los vientos por sus mismas ideas, en el caso de que las tuviera.
Que no usen como cuña de la misma madera lo que, en un principio, debería representar a todos. A todos los que se quieran ver representados por ella.