Necesaria para la vida, mortal en exceso. Sin ella es imposible que podamos sobrevivir, con ella, depende. Lo que es evidente es que el agua pone al hombre en su sitio cada vez que es necesario.
Nos creemos capaces de todo. Nuestra prepotencia es mayúscula, sin límite. Desviamos cauces y devoramos espacio a la costa para satisfacer nuestros egoístas deseos de vivir en la playa, a unos escasos metros de donde rompen plácidamente las olas.
Pero claro, no todo es un tranquilo atardecer de Julio de niños jugando en la orilla, suave brisa y mar en calma. La Naturaleza, y cada vez menos, no entiende de calendarios, de pisitos de recién casados, de adosados en bucólicas localizaciones en la ladera de una montaña. El clima está cambiando, pese a quien le pese, lo niegue quien lo niegue. Hemos vertido tanta basura que ya no queda alfombra bajo la que esconderla, y el mar no hace más que devolvernos con intereses nuestros ingresos de inmundicia.
Asistimos una y otra vez al espectáculo de la fuerza imparable de la Naturaleza. Una fuerza que no hace otra cosa que reclamar lo que le hemos robado. Porque ella sigue su curso, querramos o no. Recupera su camino, por mucho parking, urbanización o valla que hayamos construido. Los hay que echan la culpa al destino. Otros, a los insensatos que compraron sus viviendas junto al lugar donde rompen las olas, en el cauce de un rio. Pero no es así, ni de lejos. O al menos no son los únicos que deben acarrear con la culpa.
La responsabilidad empieza en quien decide construir donde no se debe. Sigue por el que permite que dicha construcción se lleve a cabo, y llega hasta los que, con sus leyes, piensan que cada centímetro de tierra puede ser usado para enriquecer las arcas, ya sean municipales, autonómicas, estatales o personales. Tienen culpa los que ponen más empeño en limpiar alfombras rojas que cauces de ríos, los que deciden que es más rentable políticamente un festival de luces que dotar a los bomberos de los medios necesarios para realizar su trabajo. Son responsables los que no tienen otro plan contra estos hechos que el de aparecer con chalequitos fosforescentes antes la prensa a toro pasado, haciendo el paripé delante de un plano, mientras los vecinos se sienten abandonados.
Pero el principal culpable es el hecho de que la mano que agarra el voto no tiene memoria.