Le correspondían 30 días, pero él no se merecía ser menos que su tío abuelo Julio que dispone de 31 para rememorarlo. Así, que le amputaron un día a febrero para que los meses dedicados a ambos césares tuvieran la misma extensión. Al fin y al cabo, a Octavio no en vano le habían concedido el sobretítulo de sagrado, de augusto, nada fácil después de cuarenta años de gobierno. Pero el César Octavio Augusto, tan vinculado al cielo hasta el punto de hacerse tallar al dios celestial en su coraza, parece tener un secreto afán por conquistar todo el calendario. Ya se extiende su fastidiosacanícula por el sobrio septiembre hasta cuando los castañares fructifican. Nos lo advertían nuestros campesinos cuando llamaron a la hoguera para asar castañas, precisamente magosto.Agostar, qué palabra tan acertada para señalar cuando el excesivo calor seca o abrasa las plantas.Además, nuestro diccionario lo hace extensivo en su segunda acepción, a cuando las cualidades físicas o morales de las gentesse consumen o debilitan.
Este abril se nos ha llenado de agostadas. El mes dedicado a Afrodita y a la primera juventud ha visto seriamente dañadas todas esas cualidades que se le otorgaron en otros tiempos, cuando las aguas venían a mil, o no cabían en un barril, y que harían a mayo florido y hermoso. Esta perspectiva tan bucólica está más vinculada a la del ser humano adocenado de las ciudades que a los que viven inmersos de verdad en la naturaleza, en el cuidado de los cultivos o del ganado. Para ellos abril siempre fue un mes traidor y nunca querían su llegada. Abril, abril, de cien en cien años deberías de venir, es el proverbio que muchas culturas agrarias mediterráneas han acuñado como ilusión para este cuarto mes. Este año bien ha demostrado este recelo hacia un período de nombre tan sublime.
En los encinares malagueños de la Sierra de Grazalema había llovido poco antes de nuestra llegada, pero en la tierra no quedaba rastro de ello. Aun nos cayeron unas cuantas gotas de dulce llovizna y fue sorprendente como la tierra sedienta las absorbió. Ni siquiera pudimos disfrutar de ese olor a tierra mojada que enloquece a nuestras neuronas, trayéndonos a nuestra memoria los mejores recuerdos de nuestra vida. Un pastor apenado nos miró y recitó un acertado refrán: sol de abril, abre la mano y déjalo ir. Adiós abril, adiós.