Delegados de salud, de higiene, de seguridad, de alimentación... los haitianos, acostumbrados a esperar poco de un Estado fallido, se han organizado de forma casi inmediata a la tragedia. Aunque sea para pedir ayuda, pero pedirla ordenadamente.
Milord Nestor, un pastor evangelista de 35 años, es vicepresidente del comité que gestiona el campamento de Santa Teresa, antaño un estadio de fútbol y hoy “hogar” de dos mil personas.
El comité tiene 9 directivos y 32 miembros, y cuenta incluso con una “oficina” habilitada en una carpa. “Perdí a mi hermano, mi casa y mi iglesia; me siento como el Santo Job. Pero desde que llegué aquí comprendí que teníamos el deber de organizarnos”, explica a la agencia Efe.
Un grupo de muchachos se encarga de la seguridad y patrulla todas las noches por el campamento para evitar robos, agresiones o violaciones; otro grupo se preocupa de que, a falta de aseos, las necesidades se hagan en lugares acotados “aunque nadie puede evitar que huela a mierda por todo”, recuerda Milord.