El responsable de este centro de investigación sobre el VIH, ubicado en Kampala (Uganda) y con el que colabora la compañía farmacéutica Pfizer, ha confesado que, actualmente, la amenaza más elevada de nuevas infecciones se sitúa en las zonas urbanas, un 6% por encima de la existente en las áreas rurales.
El sexo se ha convertido para ellas en "una mercancía para conseguir favores y privilegios, en su lucha por una mejor calidad de vida y un salario remunerado".
"Esto es una paradoja, porque no son las más pobres ni las más ignorantes las que más se contagian, sino aquellas que comienzan a ganar dinero trabajando en las ciudades", ha declarado a Efe.
El experto, miembro de la Iniciativa Internacional para la Vacuna contra el Sida, ha afirmado que el "empoderamiento" de las mujeres pasa por mejorar su educación, el acceso al dinero y a los recursos, pero también porque "sean capaces de tomar decisiones".
"La última zona de la sociedad donde las mujeres tienen que alcanzar poder es en su propia habitación, en su vida sexual, también en Asia y en Europa, determinando lo que un hombre puede o no debe hacer", ha insistido Coutinho, con el objetivo de que, al menos, pierdan el miedo a exigirles que usen condón.
Aunque en la década de los noventa la prevalencia del sida alcanzó un máximo del 20% de la población ugandesa, en la actualidad se sitúa entre el 6 y el 7% -unos dos millones de personas de una población de treinta-.
El promedio de hijos por mujer en Uganda se aproxima a siete, mientras que ellas constituyen el 52% de los pacientes con VIH del país, lo que, unido a la pobreza, las sume en un completo abandono.
Aunque las enfermedades infecciosas se ceban en ambos sexos, lo cierto es que el denominador común de las madres afectadas es la soledad con la que afrontan la crianza de la prole, el sufrimiento y la marginación sin que, sorprendentemente, eso les impida sonreír.
Empiezan a tener sexo antes, a los 15 años frente a los 17 de los varones, cuando todavía no están totalmente desarrolladas, de modo que se agravan las consecuencias de la infección. Además, es más fácil que se contagien porque en los genitales femeninos hay muchas más zonas expuestas al virus que en el pene.
"En África, a menudo un hombre tiene tres mujeres y, si es seropositivo, contagiará al resto", ha comentado Coutinho sobre un continente donde la poligamia es todavía frecuente.
Zahara tiene 28 años, cuatro hijos y vive sola en el barrio inmundo de Kalerwe a las afueras de Kampala, desde que descubrió que tenía VIH y su pareja no quiso volver a saber nada de ella ni del resto de la familia, una historia que, desgraciadamente, se repite continuamente en los países en desarrollo.
De no ser por su madre, que la llevó al hospital, probablemente hubiera muerto en su casa, un pequeño cuadrilátero repleto de camas donde el barro lo inunda todo y apenas entra el aire.
De la nada, porque nada tienen, la anciana saca un racimo de plátanos para agradecer a un grupo de periodistas internacionales que acaba de visitar el Instituto de Enfermedades Infecciosas el haber "salvado a su hija", porque así ella lo interpreta.
Y es que Zahara es uno de los 10.000 pacientes con VIH y otras enfermedades concomitantes que cada año reciben tratamiento y seguimiento en el IDI, un centro de excelencia creado en 2004 y con el que la compañía farmacéutica Pfizer colabora de forma altruista.
Aquí se atiende gratuitamente a los pacientes, de los que el 65% son mujeres, en su mayoría pobres, al tiempo que se investigan las mejores prácticas relacionadas con el VIH y se ofrece formación de alta calidad para los profesionales sanitarios. De hecho, se ha preparado ya a unos 5.000 trabajadores de 27 países africanos.
Pfizer sostiene otros muchos proyectos, entre ellos, uno dedicado a erradicar el tracoma -principal causa prevenible de ceguera- y hospitales como el de Mengo, en Kampala, donde las embarazadas acceden al tratamiento del VIH para evitar contagiar a sus hijos.