El polifacético empresario Rufino González presentó ayer su primera novela, ?El manuscrito de Inés?
Una poliomielitis le trajo desde su ciudad natal, Nerva (Huelva), a Sevilla por primera vez durante su juventud, pero no fue hasta 1956 cuando Rufino González Jiménez (1935) se instaló definitivamente en la capital hispalense para convertirse en uno de los empresarios más fructíferos de la ciudad.
Polifacético y trabajador incansable (titulado por la Escuela Superior de Comercio), compaginó su trabajo en la Obra Sindical del Hogar con la regencia de varias salas de cine de verano durante 33 años. Abrió la primera, el Alfonso XII, en el Patio de San Laureano en 1963 gracias a las 100.000 pesetas que le prestó un tío político de su mujer, Guillermo Coll, que jugó en el Betis. Puso en marcha los primeros multicines de España, se “subió al tren del pop y del rock”, como él mismo indica, fundando el mítico Club YeYé y su jaula de oro en 1966 -donde actuaron Los Pekenikes, Karina, Massiel, Los Relámpagos, Los Salvajes y Los Canarios de Teddy Bautista, entre otros-; se atrevió con la organización de grandes espectáculos y conciertos -trajo en 1992 a los Guns N’Roses, Mecano y Elton John y la “entrada de Lopera en el Betis dio al traste” un concierto ya programado en el estadio de Michael Jackson- y se pasó al mundo de la hostelería con la apertura en 1988 del restaurante El Buzo.
“En la época del YeYé el párroco de la Magdalena me quería echar de Sevilla porque decía que el club era un antro de perdición”, señala Rufino González recordando el negocio que le encumbró.Ahora, para terminar de saciar su incansable apetito de aventuras, Rufino González se ha atrevido con el mundo literario con la publicación de su primera novela, El Manuscrito de Inés, obra sobre amores imposibles y pasiones encontradas que consta de dos partes -una narrada y la otra un manuscrito “con la escritura más cuidada”.
“Mi vocación literaria me viene desde muy joven, desde que le escribía cartas a mi primera novia”, bromea Rufino, que señala que antes, “sin apenas tiempo”, se dedicaba a escribir “relatos cortos”. “Me ha costado mucho descabalgarme del trabajo, pero he ganado horas para poder escribir. Mis hijos me dicen que ahora a lo que me tengo que dedicar es a poner pegas -se considera una persona muy perfeccionista- y a escribir”, explica Rufino, que tras El manuscrito de Inés tiene entre manos otra novela sobre la postguerra y el maltrato recibido por sus mujeres.