Ayer se cumplieron veinte años de la inauguración del puente del Alamillo, de Santiago Calatrava
El puente del Alamillo, uno de los símbolos que heredó la capital hispalense con motivo de la Exposición Universal de 1992, cumplió ayer veinte años desde su puesta en funcionamiento.
Construído entre 1989 y 1992 por el arquitecto valenciano Santiago Calatrava, se erigió para facilitar el acceso a la Isla de La Cartuja y fue el último en estrenarse de los nueve puentes -Barqueta, pasarela de la Cartuja, puente del ferrocarril, el Reina Sofía, el Cachorro, puente de las Delicias, Itálica y el V Centenario- que se edificaron en la ciudad con motivo de la Expo.
Icono en altura
Con sus 140 metros de altura -es lo que mide su mástil-, este puente atirantado se convirtió en un icono de la ciudad y en una de las primeras edificaciones que desafió a la Giralda (101 metros), considerada por muchos como el techo histórico de la ciudad.
Integrado en el paisaje urbano y en la retina de los ciudadanos, lo que pocos saben o recuerdan es que fue el primer puente sustentado por cables y equilibrado con el propio peso de la torre inclinada hacia atrás y que en el extremo de su mástil alberga un mirador, conocido como el ojo de la cabeza de caballo, al que se accede por una escalera que hay en su interior.
A pesar de ser en su día muy útil para el tráfico rodado y peatonal (en su parte central, como acostumbran los puentes de Calatrava, tiene una zona para los viandantes), en la actualidad se ha convertido en uno de los puntos negros para el tráfico en la ciudad.
El proyecto inicial tenía dos puentes
El primer proyecto contemplaba un segundo puente gemelo inclinado de forma opuesta en el otro cauce del río (el puente de San Lázaro), pero por falta de dinero se hizo uno más sencillo.
Grúas gigantescas para levantarlo Su envergadura (140 metros de altura y 250 de longitud) hizo necesaria para su construcción las mayores grúas de tierra del momento, capaces de levantar 200 toneladas a 150 metros.