Nadie quiere a McCain, pobre, en España. Ni en Europa. Ni, me parece, en muchos estados de los Estados Unidos...
Nadie quiere a McCain, pobre, en España. Ni en Europa. Ni, me parece, en muchos estados de los Estados Unidos. O tal vez a quien no quieran sea a la 'heroína' Palin, que en apenas tres meses ha conseguido dejar a la altura del betún a quienes querían compararla con no sé qué lideresas nacionales, aquí en España, digo.
No, definitivamente McCain no era un buen candidato. Obama representaba el cambio, acaso el cambio demasiado rápido, pero el cambio necesario respecto de un Bush que, a mi entender, ha sido un desastre. Y lo sabe, y lo saben.
Ahora lo importante es saber si este Obama que ha acaparado la atención del mundo entero, precisamente por ser tan nuevo, tan ajeno a los usos y costumbres que dominaban la política wasp (blanco, anglosajón, protestante) norteamericana, nos va a tratar a los españoles mejor o peor -bueno, peor imposible- que su antecesor en la Casa Blanca.
Y sí, parece que sí, que con Obama nos va a ir bien, dentro de lo que cabe. O eso, ya digo, piensa Zapatero, que considera, quizá extralimitándose, que sus afinidades con el demócrata negro son muchas e importantes. Aclamemos a Obama. No porque acudamos en socorro del vencedor, sino porque seguramente es un rayo de esperanza -a ver si no se frustra la cosa, a ver si le dejan actuar, que ya se sabe que el hombre más poderoso del mundo tiene también sus limitaciones-. Esperanza para Europa, para España, para América Latina -tan desconocida, increíble, para los mandatarios estadounidenses- y, claro, para los españoles, que recibimos a ¡O-ba-ma, O-ba-ma! como agua de mayo. No nos falles.